Publicado

2014-09-01

Nada que temer de ese pensamiento: Montaigne, pirronismo y Reforma

DOI:

https://doi.org/10.15446/ideasyvalores.v63n156.39655

Palabras clave:

M. de, Montaigne, catolicismo, pirronismo, Reforma (es)

Descargas

Autores/as

  • Manuel Tizziani Universidad Nacional del Litoral - CONICET

M. de Montaigne fue simultáneamente hijo del Renacimiento y de la Reforma, y un lúcido seguidor de Sexto Empírico. Se muestra cómo el pirronismo lo condujo a cuestionar las convicciones de su tiempo y a atenerse a las costumbres y leyes vigentes. Esto le dio pie a una posición política moderada, así como a una adhesión no dogmática al catolicismo. Se analiza su original posición frente a la Reforma, bajo la hipótesis de que su postura político-religiosa solo cabe entenderla a la luz de su escepticismo.

Documento sin título

NADA QUE TEMER DE ESE PENSAMIENTO: MONTAIGNE, PIRRONISMO Y REFORMA

NOTHING TO FEAR FROM THIS THOUGHT: MONTAIGNE, PYRRHONISM, AND REFORMATION

NADA A TEMER DESSE PENSAMENTO: MONTAIGNE, PIRRONISMO E REFORMA*

Manuel Tizziani **

Universidad Nacional del Litoral - Ciudad de Santa Fe - Argentina

* Este trabajo ha sido realizado gracias a una beca de doctorado otorgada por el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet), bajo la dirección del Doctor Fernando Bahr. Cabe señalar que este artículo tiene como marco de referencia inmediato una investigación más amplia en la que intentamos reconstruir, analizar y evaluar los argumentos que diferentes pensadores y filósofos del siglo XVI –en particular: Sébastien Castellion, Jean Bodin y Michel de Montaigne– esgrimieron a favor de la tolerancia interconfesional, en un momento de la historia de Europa particularmente signado por la violencia y la barbarie.

** manueltizziani@gmail.com

Artículo recibido:21 de agosto del 2013; aceptado: 7 de octubre del 2013.

Cómo citar este artículo: MLA: Tizziani, M. Nada que temer de ese pensamiento. Montaigne, pirronismo y reforma." Ideas y Valores 63.156 (2014): 207-221. APA:Tizziani, M. (2014). Nada que temer de ese pensamiento. Ideas y Valores, 63 (156), 207-221. CHICAGO:Manuel Tizziani. "Nada que temer de ese pensamiento". Ideas y Valores 63, no. 156 (2014): 207-221.


RESUMEN

M. de Montaigne fue simultáneamente hijo del Renacimiento y de la Reforma, y un lúcido seguidor de Sexto Empírico. Se muestra cómo el pirronismo lo condujo a cuestionar las convicciones de su tiempo y a atenerse a las costumbres y leyes vigentes. Esto le dio pie a una posición política moderada, así como a una adhesión no dogmática al catolicismo. Se analiza su original posición frente a la Reforma, bajo la hipótesis de que su postura político-religiosa solo cabe entenderla a la luz de su escepticismo.

Palabras clave: M. de, Montaigne, catolicismo, pirronismo, Reforma.


ABSTRACT

M. de Montaigne was a child of both the Renaissance and the Reformation, as well as a lucid follower of Sextus Empiricus. The article shows how Pyrrhonism led him to question the beliefs of his time and to abide by the prevailing customs and laws. This gave rise to his moderate political position and to his non-dogmatic adhesion to Catholicism. On the basis of the hypothesis that Montaigne's political-religious views can only be understood in the light of his skepticism, the paper also analyzes his original reaction to the Reformation.

Keywords: M. de, Montaigne, Catholicism, Pyrrhonism, Reformation.


RESUMO

M. de Montaigne foi simultaneamente filho do Renascimento e da Reforma, e um lúcido seguidor de Sexto Empírico. Mostra-se como o pirronismo o conduziu a questionar as convicções de seu tempo e a estar atado aos costumes e leis vigentes. Isso o levou a uma posição política moderada, bem como a uma adesão não dogmática ao catolicismo. Analisa-se sua original posição ante a Reforma, sob a hipótese de que sua postura político-religiosa só cabe entendê-la à luz de seu ceticismo.

Palavras-chave: M. de, Montaigne, catolicismo, pirronismo, Reforma.


Entonces, los príncipes de una república o de un reino deben mantener los fundamentos de su religión y, de ese modo, les resultará fácil mantener su comunidad religiosa, y por lo tanto, buena y unida.MAQUIAVELO, Discursos, I, 12, 92

El fin de la sociedad en general y del Estado es vivir segura y cómodamente.Ahora bien, el Estado no puede subsistir más que con leyes que obliguen a todo el mundo; pues, si todos los miembros de una sociedad quieren eximirse de las leyes, disolverán ipso facto la sociedad, y destruirán el Estado.SPINOZA, Tratado teológico-político, III, 48, 123

c| Aun las escuelas más audaces, la epicúrea, la pirrónica, la Nueva Academia, no tienen más remedio, a fin de cuentas, que plegarse a la ley civil.MONTAIGNE, Ensayos, II, 12, 754

Podríamos afirmar, con Richard Popkin, que Michel de Montaigne fue "simultáneamente un hijo del Renacimiento y de la Reforma" (82)1 y que, como tal, reflejó en sus escritos esa doble herencia: la tradición humanista a partir de la cual tuvo un amplio contacto con muchas de las doctrinas de la filosofía clásica, y la crisis político-religiosa que provocó el cisma de la Reforma, crisis materializada en Francia a través de una serie casi ininterrumpida de guerras de religión.2 Asimismo, podríamos afirmar que el propio Montaigne fue también un lúcido seguidor de la vía (agôgê) filosófica iniciada por Pirrón y Sexto Empírico, y que supo reactualizar y aplicar a su momento histórico los diversos tropos que este último había compilado en sus Hipotiposis Pirrónicas. En tal sentido, podríamos sugerir que esta particular reapropiación del pirronismo fue, quizás, uno de los elementos que condujo al ensayista,3 por un lado, a poner en cuestión las convicciones más íntimas de sus contemporáneos –ya sea en materia de ciencia o de religión– y, por otro, a atenerse, según las propias prescripciones de Sexto Empírico, a las costumbres y leyes vigentes en el marco de su sociedad. Estos dos elementos, a su vez, podrían ser señalados como la base que da sustento a una posición política moderada, por medio de la cual Montaigne postulará una adscripción no dogmática al catolicismo. 4

A partir de estas cuestiones preliminares, podemos afirmar que en este trabajo nos proponemos explorar, en primera instancia, la particular posición que Montaigne parece haber asumido frente al cisma de la Reforma protestante, teniendo como presupuesto fundamental la hipótesis –bien explicitada por Peter Burke– de que tal postura no puede ser comprendida en toda su dimensión sin antes entender cabalmente sus simpatías escépticas ni el límite de sus dudas: "El problema de las dudas de Montaigne y del alcance de las mismas es, por supuesto, crucial para la interpretación de su pensamiento. Nuestra interpretación de sus actitudes religiosas y políticas depende necesariamente de nuestra respuesta a dicha cuestión" (29).

En segundo lugar, aunque en forma simultánea, nos interesaría proponer, a modo de hipótesis de lectura, que –a partir de esa misma herencia pirrónica– la posición de Montaigne frente a la religión podría ser entendida como una posición política (o teológico-política),5 en tanto y en cuanto las convicciones religiosas del individuo y de la comunidad se hallan comprendidas en ese conjunto de costumbres y leyes heredadas, cuyo origen es convencional y cuyo fin no es otro que sostener el orden y la cohesión del sistema de organización social vigente, en un momento histórico determinado y en un sitio específico. Según nuestra interpretación, sugerimos un Montaigne que bien podría ser situado en las cercanías del Maquiavelo de los Discursos6 o del politique Jean Bodin;7 un Montaigne que habría sentido simpatías por el pirronismo, no ya –o no tan solo– como un camino hacia la fe,8 sino principalmente por sus bondades civiles, políticas y sociales. Pues, como concluirá Pierre Bayle algunos años más tarde, aun cuando el pirronismo sea capaz de socavar los cimientos de las verdades más arraigadas –como las de la religión–, el orden social y político parece no tener "nada que temer de ese pensamiento" (Bayle 258).

Así pues, para comenzar con nuestra lectura, podemos señalar que Montaigne condensa uno de sus más claros reproches al partido hugonote –y por extensión, al acontecimiento mismo de la Reforma– en los pasajes centrales del ensayo titulado "La costumbre y el no cambiar fácilmente una ley aceptada". Allí, luego de enumerar algunas de las determinantes consecuencias que la costumbre tiene sobre la vida de los hombres, Montaigne destaca la importancia que dicha fuerza inercial9 adquiere a la hora de instituir y mantener en pie a la sociedad humana, estableciendo algunos firmes mandatos y dejando a los hombres satisfechos con las reglas que les instituye:

a| El principal efecto de su poder es sujetarnos y aferrarnos hasta el extremo de que apenas seamos capaces de librarnos de su aprisionamiento, y de entrar en nosotros mismos para discurrir y razonar acerca de sus mandatos. En verdad, puesto que los sorbemos con la leche de nuestro nacimiento, y puesto que la faz del mundo se presenta en tal estado a nuestra primera visión, parece que hubiésemos nacido con la condición de seguir este camino. Y las comunes figuraciones que encontramos revestidas de autoridad a nuestro alrededor, e infundidas en nuestra alma por la semilla de nuestros padres, parece que fuesen las naturales y generales […] c| Los pueblos criados en la libertad y en el autogobierno consideran monstruosa y contranatural cualquier otra forma de gobernarse. Los que están habituados a la monarquía piensan igual. Gracias a la costumbre todo el mundo está satisfecho del lugar donde la naturaleza lo ha fijado. (138-139)10

Atento lector de La Boétie y de Bodin, Montaigne no solo reconoce que la costumbre es uno de los pilares fundamentales sobre los que se erige la sociedad humana,11 sino también que la historia enseña que los cambios políticos repentinos pocas veces han resultado favorables para la convivencia civil y la paz social: 12

a| Es muy dudoso –dice– que pueda encontrarse un beneficio tan evidente al cambiar una ley aceptada, sea la que fuere, como daño hay en modificarla. Un Estado es, en efecto, como un edificio hecho de diferentes piezas ajustadas entre sí con una unión tal que es imposible mover una sin que el cuerpo entero se resienta. (144)

Son esas las dos premisas básicas de su argumentación. Desde allí abrirá fuego contra el bando enemigo, contra esos protestantes que, disconformes con las leyes y mandatos que la sociedad les ha legado, pretenden subvertir todas las cosas merced a las fantasías de su raison privée,13 sin tener la mínima certeza acerca de si el cambio será propicio.

De acuerdo con lo expresado por Montaigne, es un fenómeno connatural para el hombre acatar como válidas –y hasta como "naturales y generales"– las normas y los mandatos ingeridos con la leche materna, y satisfacerse con ello. Ahora bien, yendo un paso más allá, Montaigne no solo indica que ese hecho parece ser natural o corriente, sino también que dicha obediencia implica una cierta necesidad. Pues, según afirma, la aceptación pasiva de ciertas normas consuetudinarias14 –por más que muchas veces él mismo parezca contradecir su propio ejemplo–15 es indispensable para evitar el derrumbe de un orden social,16 cuyos fundamentos reales son muy endebles, pues se apoyan tan solo en la barba cana del uso y la tradición. 17 El hombre es un ser demasiado inconstante; su condición ontológica, y la del cosmos, es demasiado frágil y variable como para sostenerse por sí misma.18"b| El mundo no es más que un perpetuo vaivén" (Montaigne 1201) en el que todo se tambalea sin descanso, y la costumbre, aunque en muchas ocasiones pueda presentarse como una "maestra violenta y traidora", es, quizás, el único elemento real del que hombre dispone para ponerse a resguardo de un rodar incesante.19 Rehusar las invenciones y sostenerse en las costumbres, siendo a la vez prudentes y moderados, parece ser el único antídoto cierto contra la fortuna, la que ahora se presenta como la verdadera "reina y emperatriz del mundo". 20 Como señala Nicolás Le Roux:

[i]nmersos en un mundo en constante movimiento, víctimas indefensas de peligros insuperables, los seres humanos deben esforzarse por mantener la resolución y la prudencia. Debido a que el verdadero motor del mundo sublunar es la fortuna, el deber ordena mantenerse firmes ante la adversidad y actuar en conformidad. Debemos escapar de la novedad en muchas áreas, afirma Montaigne […] Esto es particularmente cierto en el campo religioso, donde la unidad confesional y la defensa de prescripciones de la Iglesia garantizan de hecho el orden civil. (230)

Es desde allí de donde Montaigne realiza la crítica a la novedad de la Reforma; no en virtud de un marcado celo religioso, ni a partir de las imprevisibles consecuencias teológicas que esa renovación podía implicar, sino, según entendemos, principalmente perturbado por los trágicos efectos políticos y sociales que ha engendrado y conlleva. Tal como ha afirmado Quentin Skinner (cf.288), Montaigne no denuncia a los hugonotes por los vicios que pueden fecundar con sus novedosas creencias, pues parece no estar oponiéndose a ellos por considerarlos corruptos en términos morales o religiosos, sino más bien porque entiende que las primicias que tienen para ofrecer al mundo no serán bien recibidas ni traerán como consecuencia la paz y la concordia entre los ciudadanos franceses. Según lo que parecen indicar los pasajes que aquí transitamos, Montaigne considera a la Reforma como potencialmente destructiva e, igualmente, peligrosa. La guerra despedaza a Francia ante sus ojos, es una "b| verdadera escuela de traición, de inhumanidad y de bandidaje" (999), el "a| arte de destruirnos y matarnos mutuamente, de arruinar y echar a perder nuestra propia especie" (689); es, en pocas palabras, una fatal calamidad que corroe internamente al Estado. Es por tal motivo que le opone toda la elocuencia de su pluma; es ese el contexto en el que nos dice lo que sigue:

b| La novedad me hastía, sea cual sea su rostro, y tengo razón, pues he visto algunos efectos muy perniciosos. La que nos acosa desde hace tantos años no lo ha desencadenado todo, pero puede decirse con verosimilitud que lo ha producido y engendrado todo por accidente: incluso los males y estragos que se infringen después sin ella y en contra de ella. (Montaigne 145)21

Los hugonotes son, a ojos de Montaigne, los culpables iniciales de todas las guerras civiles de religión que acosan a su país. Ellos, poseyendo una muy alta estima de sí mismos e incurriendo en la presunción, han intentado trastocar el orden que se asentaba en cientos de años de tradición, y lo único que han conseguido ha sido perturbar por completo la paz civil, introduciendo en el seno mismo de la comunidad un sinfín de controversias. Prescribiendo un purgante equivocado, o de poca eficacia, no han conseguido sino que el cuerpo del Estado se resienta aún más, no pudiendo subsanar la perniciosa infección que lo aqueja:

b| Ocurre con la suya como con otras medicinas débiles y mal aplicadas: los humores que pretendían purgarnos, los han irritado, exasperando y agriando el conflicto, y además se nos ha quedado dentro del cuerpo. No ha sido capaz de purgarnos, a causa de su debilidad, y, entretanto, nos ha debilitado, de suerte que tampoco podemos evacuarla, y su acción no nos procura sino dolores prolongados e internos. (Montaigne 149-150)

En dicho contexto, concluye, un Montaigne más bien cercano a personajes como Michel de L'Hospital o Jean Bodin,22 que si la religión cristiana posee una gran utilidad, la tiene principalmente en términos políticos, pues no ofrece otro beneficio comparable al de recomendar a sus adeptos la obediencia al soberano y el acatamiento de lo que dictan las leyes del país en el que se habita: "b| La religión cristiana posee todos los signos de una suma justicia y utilidad; pero ninguno más manifiesto que la estricta recomendación de obedecer al magistrado y conservar los Estados" (Montaigne 147)23. Los protestantes, como ya hemos indicado, han transgredido las barreras del legítimo uso de la razón, al intentar someter las leyes del Estado y de Dios a sus fantasías privadas,24 con lo cual sacrifican el modesto pero sumamente necesario orden civil, en aras de una verdad superior que difícilmente pueda encontrar en los hechos la misma legitimidad o el mismo provecho general.25 En este sentido, concluye Montaigne, hay una gran diferencia entre la actitud de quienes siguen de manera sosegada las leyes y las costumbres del país en el que habitan y la de aquellos que, no contentos con el orden recibido, pretenden someter a su propio juicio particular y privado las proposiciones de la ley, que atañen al bien público; mientras unos muestran simplicidad y modestia, los otros no hacen sino encarnar los vicios más detestables del ser humano: la presunción, la vanidad, la pretensión de saber.26

Apoyándonos en la interpretación de Craig Brush, podemos afirmar, ya perfilando la conclusión de nuestro argumento, que es aquí donde Montaigne echa mano de los elementos que el pirronismo le provee. Es bajo estas circunstancias, y frente a la vanidad de los protestantes, que no solo reconoce la falibilidad de la razón humana para alcanzar la verdad absoluta, o para establecer normas de conductas fiables o duraderas –y menos aún de carácter universal–, sino también que acata los sabios consejos que esta particular escuela de filosofía antigua nos ha legado.27 Conociendo muy bien los criterios de orientación vital que Sexto Empírico había señalado en sus Hipotiposis Pirrónicas,28 y en particular aquella tercera indicación que conducía a los pirrónicos a guiar sus acciones de acuerdo con las leyes y costumbres de la sociedad en la que viven sin emitir juicios acerca de su validez,29 Montaigne parece optar, sin dogmatismo, por esta posición filosófico-política o político-religiosa.30 Conociendo, al igual que los escépticos antiguos –y más aún luego del descubrimiento del Nuevo Mundo– que el orbe terrestre es infinitamente diverso en materia de usos y costumbres, y que la religión forma parte de ese conjunto de principios que hacen a nuestra propia y particular herencia, Montaigne sigue el consejo de Sexto Empírico: suspende el juicio y se atiene a lo dado.31 Sabe, pues él mismo lo afirma, que "b| somos cristianos por la misma razón que somos perigordinos o alemanes" (640), y que la religión no nos ata sino con lazos humanos, pues no la acogemos sino con nuestras manos y no por más razones que por haber nacido en el país en el que se practicaba. La religión, al igual que las demás normas y disposiciones legales, y del mismo modo que nuestras costumbres, forma parte de nuestra herencia. Y renunciar a ella, a ese único y tan endeble punto de sostén, implica, sin más, el riesgo de caer nuevamente en las garras de la fortuna o en el delirio de las elucubraciones que el entendimiento humano es capaz de elaborar cuando queda librado a sí mismo. Así, incapaz de encontrar un criterio racional para elegir entre dos posiciones religiosas que aparecen como equivalentes, y desconfiando de las fuerzas humanas para alcanzar alguna certeza en este terreno, Montaigne, siguiendo el ejemplo de los pirrónicos, decide mantenerse firme en el seno del catolicismo: la religión que la fortuna ha tenido a bien otorgarle.32

Montaigne, aun sabiendo que las leyes no poseen autoridad porque sean justas sino simplemente porque son leyes,33 e incluso habiendo alcanzado la clara conciencia de que todo orden público se sostiene sobre "ficciones legítimas",34 reconoce también que esas leyes y esas costumbres son las únicas herramientas de las que disponen los seres humanos para atenazar los desvaríos de su errante espíritu.35 Es por eso que procura evitar las novedades y nos sugiere mesura y moderación.36 Es por eso que afirma, con complacencia y alivio, que las leyes le han hecho un gran favor al elegirle amo y partido.37 Es por eso que sostiene que la mejor condición política –o teológico-política– para cada Estado es aquella en la cual dicha nación se ha sostenido sin turbaciones a lo largo del tiempo.38 Es por eso mismo que, de acuerdo con la interpretación que aquí hemos intentado sugerir, parece recurrir al pirronismo como herramienta política. El pirronismo, en efecto, había mostrado que las leyes y costumbres (entre ellas, las costumbres religiosas) no tenían sino un valor convencional y, al mismo tiempo, que toda búsqueda en relación con el valor de verdad de esas convenciones debe conducir a los individuos a una disputa sin otro final razonable que la suspensión del juicio. Unos cien años más tarde, el calvinista Pierre Bayle recomendará la misma solución utilizando –no sin cierta ironía– un argumento semejante y, en contra de las opiniones de la mayor parte de sus contemporáneos, sostendrá que el orden civil –es decir, el orden político– nada tiene que temer del pirronismo:

La vida civil no tiene nada que temer de ese pensamiento, puesto que los escépticos no negaban que uno debía actuar conforme a las costumbres de su país, practicar los deberes de la moral y tomar partido en esos asuntos conforme a las probabilidades, sin esperar certezas. Podían suspender el juicio acerca de si tal deber era natural y absolutamente legítimo, pero no lo suspendían acerca de si era preciso practicarlo en tales o cuales circunstancias. (Bayle 258)

 


NOTAS AL PIE

1 A renglón seguido, Popkin continúa su reflexión con una idea similar que intentaremos defender a lo largo de nuestro trabajo: "[Montaigne fue] un humanista hasta la médula de los huesos, con un vasto interés y preocupación en las ideas y valores de Grecia y Roma y su aplicación a las vidas de los hombres del mundo de la Francia del siglo XVI, que tan rápidamente estaba cambiando. Fue sensible, como quizá ninguno de sus contemporáneos, al significado vital del redescubrimiento y la exploración de la gloria que fue Grecia y la grandeza que fue Roma" (82).

2 Iniciadas en Vassy, a partir de la matanza perpetrada en marzo de 1562, las guerras de religión se sucederán en ocho grandes episodios hasta 1598, año en que Enrique IV suscribirá el afamado Edicto de Nantes. Montaigne tenía 29 años cuando iniciaron estas guerras y murió en septiembre de 1592, sin conocer el desenlace del conflicto.

3 Como bien sugiere Quentin Skinner (cf.291) en su interpretación de los escritos de Montaigne y de la particular reacción de este frente a las guerras de religión, el estoicismo heredado a través de Séneca y Marco Aurelio bien podría ser otro elemento clave a tener en cuenta para comprender su pensamiento y su praxis.Debemos decir, sin embargo, que esta interpretación no entra en directa contradicción con la que aquí proponemos, ni mucho menos la refuta, pues entendemos, como señala Craig Brush (1965), y en contra de la extrema rigidez de la exégesis canónica expuesta por Pierre Villey (1908), que el pensamiento de Montaigne es de una extrema complejidad y su carácter es, más bien, ecléctico. En este sentido, cabe decir que no por haber reactualizado en sus escritos las doctrinas estoicas, Montaigne dejó de prestar atención a otras filosofías como la pirrónica, ni viceversa.

4 "Montaigne no era un católico corriente" (Burke 33), pues, como señala Edwin Curley (cf.25), existen al menos seis razones que nos podrían ayudar a comprender de qué modo el perigordino rehusaba una sumisión total a los dogmas de la Iglesia católica: en primer lugar, su desaprobación del castigo de las brujas, al no poder convencerse de la existencia de un ser humano que poseyera dotes sobrenaturales; en segundo lugar, su crítica –retomada más tarde por David Hume– a la existencia de los milagros; tercero, su dura reprensión a la conquista del Nuevo Continente y la evangelización forzada de sus habitantes nativos; cuarto, el espanto que le ocasiona la persecución, por parte del rey Manuel I, de los judíos portugueses; quinto, sus argumentos en contra de la tortura, ya sea utilizada como método de investigación judicial o como método de castigo; por último, su elogio a Juliano, emperador romano denostado como apostata por la Iglesia de Roma.

5 No rechazamos en absoluto de la clara alusión a Baruch Spinoza, y en particular a su Tratado teológico-político, donde el autor sostiene, como una de sus tesis principales, el origen histórico de las normas legales que mantienen en pie a la religión; afirmando, además, que Moisés no fue un profeta, sino más bien un rey o un legislador. Según su mirada, Moisés, al igual que los demás líderes religiosos, era en realidad el líder de una facción política.

6 Como queda manifiesto en el pasaje que hemos elegido como uno de nuestros acápites, Maquiavelo (cf.12-13) no duda en señalar la subordinación de la religión a los intereses políticos del Estado ni su particular utilidad para mantener cohesionada y en paz a una sociedad.

7 Para explicitar claramente la posición política de Bodin, citemos una breve referencia de Carl Schmitt: "Cuando la unidad eclesiástica europea se quebró en el siglo XVI y la unidad política resultó destruida por guerras civiles cristiano-confesionales, en Francia se llamó politiques justamente a aquellos juristas que, en la guerra fratricida de los partidos religiosos, propugnaron al Estado como una unidad superior y neutral. Jean Bodin, el padre del derecho público e internacional europeo, fue uno de esos típicos políticos de aquellos tiempos" (40).

8 Es célebre la tesis que propone Richard Popkin en su ya citada Historia del escepticismo. Allí sostiene que la respuesta de Montaigne a las objeciones realizadas por los teólogos dogmáticos a la Theologia naturalis de Ramón Sibiuda, le sirve para realizar la "defensa de una nueva forma de fideísmo: el pirronismo católico" (84). Cabe destacar que con nuestra interpretación no buscarnos desacreditar la posición de Popkin, sino, simplemente, sugerir otra lectura posible de algunos pasajes de la obra de Montaigne. Sabemos muy bien que aquel autor cuenta con una innumerable cantidad de pruebas textuales que avalan su interpretación, pero creemos entender que otras tantas, o al menos las suficientes, pueden ser alegadas a nuestro favor. Claro está que, por nuestra parte, diferimos en las supuestas motivaciones que el ensayista habría tenido –o en los resultados que habría buscado alcanzar– echando mano al pirronismo, pues mientras que Popkin sugiere motivos más bien relacionados con el aspecto religioso, nosotros proponemos motivos que están ligados más estrechamente a una posición política o teológico-política, según los términos arriba explicitados. En este sentido, quizás, en favor de nuestra interpretación, o por sus cercanías con ella, deberíamos tener en cuenta la distinción que realiza Terence Penelhum (1983) entre dos tipos diferentes de fideísmo –el conformista, por un lado; el evangélico, por otro–, situando a Montaigne dentro del primer grupo, es decir, entre aquellos autores que optan por mantenerse en el cristianismo simplemente por motivos acomodaticios, haciendo de la fe católica una simple profesión social, sin intentar, como Pascal o Kierkegaard, claros representantes del segundo grupo, superar todas las dudas pirrónicas en una apasionada rendición de su subjetividad a las verdades sobrenaturales.

9 Jesús Navarro Reyes ha realizado un excelente análisis de esta cuestión, señalando lo que sigue: "La noción de costumbre es central en los Ensayos, donde aparece como una tiránica fuerza nacida de la debilidad del ser humano: la mera repetición de determinados actos a lo largo del tiempo les otorga una especie de fuerza inercial, que obliga al sujeto a perpetuarlos indefinidamente. La fuerza de la costumbre explica por qué el hombre, a pesar de ser voluble e inestable, no puede permanecer constantemente en un estado heraclíteo de indefinición: es su propio carácter imperfecto y su impotencia lo que le confiere una figura determinada, impidiendo que vague toda su vida entre las formas más diversas" (2005 169).

10 Los Ensayos son sido citados de acuerdo con la traducción realizada y editada por Jordi Bayod Brau. Las letras que preceden al texto (a, a2, b, c) corresponden a cada una de las ediciones originales de la obra, a saber: a|1580, a2|1582, b|1588 y c|1595.

11 "Pero, en general, la costumbre, que ejerce tanto poder sobre nuestros actos, lo ejerce sobre todo para enseñarnos a servir: tal como cuentan de Mitrídates, quien se habituó a ingerir veneno, es la costumbre la que consigue hacernos tragar sin repugnancia el amargo veneno de la servidumbre. No puede negarse que la naturaleza es la que nos orienta ante todo según las buenas o malas inclinaciones que nos ha otorgado; pero hay que confesar que ejerce sobre nosotros menos poder que la costumbre, ya que por bueno que sea lo natural, si no se lo fomenta, se pierde, mientras que la costumbre nos conforma siempre a su manera, pese a nuestras inclinaciones naturales" (La Boétie 55).

12 "Finalmente, todo cambio en las leyes que atañen al estado es peligroso, ya que, si el cambio de las costumbres y las ordenanzas que regulan las sucesiones, los contratos o las servidumbres es, hasta cierto punto, tolerable, el cambio de las leyes que atañen al estado supone tanto peligro como remover los cimientos o las claves de bóveda que sustentan el peso de la construcción" (Bodin 185).

13 Respecto de la fuerza destructiva de la raison privée y de la oposición entre dichas "tendenze disgregatrici" y los endebles pilares de la autoridad soberana véase Taranto (32 y ss.).

14 Podríamos afirmar que esta consideración no se circunscribe al marco de este ensayo, sino que es recurrente en los escritos de Montaigne. Valga un pasaje de la "Apología de Ramón Sibiuda" a modo de ejemplo: "c| Es mucho mejor para nosotros dejarnos llevar sin inquisición por el orden del mundo. El alma libre de prejuicios se ha acercado extraordinariamente a la tranquilidad. Quienes juzgan y examinan a sus jueces nunca se someten a ellos como es debido. ¡Hasta qué punto, tanto en las leyes religiosas como en las políticas, los espíritus simples y desprovistos de curiosidad resultan más dóciles y fáciles de manejar que esos espíritus vigilantes y pedagogos de las causas divinas y humanas!" (743).

15 Pues, como bien ha señalado Ulrich Langer, "La convivencia en Montaigne de un conservadurismo político y jurídico y de una feroz crítica de las leyes, de las costumbres y del poder tiránico no deja de fascinar" (223).

16 Bien lo ha entendido Michael Oakeshott, al indicar: "La costumbre es soberana en la vida; es una segunda naturaleza, no menos poderosa. Y esto, lejos de ser deplorable, es indispensable, porque el hombre está compuesto de contrarios de tal modo que, para realizar de continuo sus actividades o para gozar de alguna tranquilidad entre sus semejantes, requiere el apoyo de una regla a obedecer. Pero la virtud de las reglas no es solo que sean ‘justas’, sino que estén establecidas" (110).

17"a| Si alguien quiere librarse de este violento prejuicio de la costumbre, hallará que muchas cosas admitidas con una resolución indudable no tienen otro apoyo que la barba cana y las arrugas del uso que las acompaña" (Montaigne 141). Más adelante, Montaigne reafirma esta misma idea haciendo alusión al riesgo que implica el remontarse hasta el origen de las normas: "a| Las leyes adquieren su autoridad del dominio y el uso; es peligroso hacerlas remontar a su nacimiento: se engrosan y ennoblecen a medida que avanzan, como nuestros ríos. Si las sigues hacia arriba hasta la fuente, no hay más que un pequeño manantial de agua apenas reconocible, se enorgullece y fortifica al envejecer" (879).

18 Como lo sugiere el propio Montaigne hacia el final de la "Apologie": "a| Al cabo, ni nuestro ser ni el de los objetos posee ninguna existencia constante. Nosotros y nuestro juicio, y todas las cosas mortales, fluimos y rodamos incesantemente. Por lo tanto, nada cierto puede establecerse del uno al otro, siendo así que tanto el que juzga como lo juzgado están en continua mutación y movimiento" (909).

19 Al respecto de esta fuerza inercial, Frédéric Brahami sugiere la tesis según la cual es solo gracias a "la potencia constitutiva de las costumbre, por la cual el animal humano accede a la forma de la humanidad" (129).

20 "[Montaigne] no es un utopista. En política, lo mismo que en religión, tenía un sentido muy agudo de los límites de la razón humana. Como Maquiavelo, era consciente de la importancia de lo incalculable en los negocios humanos: fuerza que ambos describían como fortuna" (Burke 46). Al respecto, tan solo basta recordar el capítulo I del libro I de los Ensayos: "Puede lograrse el mismo fin con distintos medios" (Montaigne 9-14), el XXIII del libro I: "Resultados distintos de una misma decisión" (152-165), o el XXXIII del mismo libro: "La fortuna se encuentra a menudo con el curso de la razón" (299-303), entre tantos otros.

21 Más allá de esta clara reprensión a los iniciadores de la Reforma, Montaigne no presenta menos reparos para criticar agudamente a quienes, como los integrantes de la Liga Católica, han devuelto mal por mal: "c| Pero si los que inventan son más dañinos, los imitadores son más viciosos cuando se entregan a ejemplos cuyo horror y maldad han conocido y castigado" (Montaigne146).

22 Ambos fueron distinguidos representantes del partido de les politiques. Al respecto, coincidimos con la siguiente afirmación de Horkheimer: "Su postura [es decir, la de Montaigne] en lo tocante a las cuestiones generales coincide con la del partido de los políticos, que consideraban peligroso cambiar la religión católica del Estado por el protestantismo del fanático Calvino, pero que tampoco querían aliarse con la retrógrada España" (145).

23 Es Jordi Bayod quien sugiere la tesis que aquí intentamos sostener con mayor amplitud, al señalar que este pasaje bien podría ser entendido como una supeditación de las creencias religiosas a las necesidades políticas de la época. Más aún, Bayod apunta a que el propio Montaigne parece hacer alusión al capítulo 4 de la carta a los Gálatas, donde es el mismo Cristo quien habría aceptado y respetado dicha subordinación de la religión a la política.

24"b| Me parece muy injusto querer someter las constituciones y costumbres públicas e inmóviles a la inestabilidad de una fantasía privada –la razón privada posee tan sólo jurisdicción privada–, e intentar con la leyes divinas lo que ningún Estado soportaría que se hiciera con las civiles" (Montaigne 148-149).

25 Como bien señala Oakeshott: "Sacrificar el modesto orden de una sociedad en aras de la unidad moral o la 'verdad' (religiosa o secular) equivale a sacrificar por una quimera lo que todos necesitan" (1998 110-111).

26"b| Hay una gran diferencia entre la causa de quien sigue las formas y las leyes de su país, y la de quien intenta dominarlas y cambiarlas. Aquel alega como excusa la simplicidad, la obediencia y el ejemplo; haga lo que haga, no puede ser malicia; es, a lo sumo, infortunio […] El otro toma una opción mucho más ruda, pues quien se dedica a elegir y a cambiar, usurpa la autoridad de juzgar, y ha de jactarse de ver la falta de aquello que desecha y el bien de aquello que introduce" (Montaigne 148).

27 "El análisis de este breve ensayo [es decir, de 'La costumbre y el no cambiar fácilmente una ley aceptada' (127-152)] muestra que incluso sus primeros períodos Montaigne ya había abandonado el dogmatismo racionalista en materia de fe o acerca del orden sobrenatural, y había desarrollado una actitud pirrónica plenamente consciente y madura, asumiendo tanto sus consecuencias intelectuales como prácticas" (Brush 47).

28 "De este modo, dando crédito a las apariencias según la observación vital, vivimos sin dogmatizar, ya que no podemos quedar completamente inactivos. Parece, sin embargo, que esta observación vital es cuádruple y que una parte descansa en la guía de la naturaleza, otra en la compulsión de las sensaciones, otra en la tradición de las leyes y las costumbres y otra en la instrucción de las artes. En virtud de la guía de la naturaleza somos naturalmente capaces de sensación y conocimiento; por la compulsión de las sensaciones, el hambre nos dirige a la comida y la sed a la bebida; por la tradición de las leyes y las costumbres, consideramos la piedad en la vida como buena y la impiedad como mala; finalmente, gracias a la instrucción de las artes no somos incompetentes en aquellas artes que cultivamos. Todo lo cual decimos sin dogmatizar" (Sexto Empírico 23-24).

29 Es el propio Montaigne quien nos indica que conoce muy bien las prescripciones prácticas de los pirrónicos: "a| En cuanto a las acciones de la vida, [los pirrónicos] se atienen a la forma común. Ceden y se acomodan a las inclinaciones naturales, al impulso y a la coacción de las pasiones, a las constituciones de las leyes y las costumbres y a la tradición de las artes […] dejan que tales cosas guíen sus acciones comunes, sin opinar ni juzgar" (742).

30 Así lo señala Craig Brush: "Montaigne, casi instintivamente, postula que lo mejor que puede hacer es seguir la tradición, ya sea en las costumbres, en la ley, o en la religión; y, como afirma más tarde, tanto las doctrinas filosóficas como las cristianas acuerdan en el apoyo a la obediencia de la tradición, no necesariamente porque la tradición sea mejor, sino simplemente porque no es peor que cualquier otra posibilidad, y porque el cambio, de cualquier forma, es probable que conlleve consecuencias imprevistas"(47).

31 En la conclusión de un largo pasaje en el que recorre los más variados usos y costumbres en relación con la religión, Sexto Empírico señala: "De este modo, el escéptico, viendo tanta divergencia en los usos, suspende el juicio acerca de que haya algo bueno o malo por naturaleza, o de que algo se deba o no practicar absolutamente, con lo que se aleja de la irreflexión dogmática; por el contrario, sigue de modo no dogmático la observación de la vida cotidiana, y, por tanto, que impasible en lo opinable y modera sus afectos en lo necesario" (235).

32"a| Porque sea cual fuere la verosimilitud de la novedad, no soy dado a cambiar, por mi temor a perder con el cambio. Y puesto que no soy capaz de elegir, asumo la elección ajena y me mantengo en la posición que Dios me ha asignado. Si no lo hiciera así, no podría abstenerme de rodar incesantemente. a2| De esta manera, me he mantenido, por la gracia de Dios, íntegro, sin agitación ni turbación de conciencia, en las antiguas creencias de nuestra religión a través de todas las sectas y divisiones que nuestro siglo ha producido". (Montaigne 854). Si bien comprendemos a la perfección que Montaigne refiere a Dios, y no a la fortuna, como a aquel ser que ha optado por él, situándolo en un lugar y en un tiempo determinado, no podemos olvidar tampoco aquella famosa objeción de los censores romanos, quienes, en 1580, habían encontrado en los Ensayos una utilización demasiado liberal del sustantivo "fortuna" –en lugar de "divina providencia"– para referirse al devenir del cosmos. Objeción que Montaigne nunca tomó en cuenta y que nunca corrigió. Debemos admitir que, siguiendo el ejemplo de Edwin Curley (cf.31-33), y para dar cabida a nuestra interpretación, hemos ensayado una lectura straussiana de este pasaje, desconfiando de la letra del propio texto de Montaigne. Si bien con ello nos hemos arriesgado tal vez demasiado, poniendo en duda la buena fe que el propio Montaigne dice defender a rajatabla, creemos que vale la pena intentar realizar esta lectura, dado que hay ciertos indicios en el propio texto que nos habilitan a hacerla. Valga una sola cita para intentar fundamentar nuestras pretensiones: "b| Ahora bien, en la medida que el decoro me lo permite, hago notar aquí mis inclinaciones y afectos; pero con más libertad y de más buena gana por mi boca a cualquiera que desee informarse sobre ello. En cualquier caso, en estas memorias [es decir, en los Ensayos], si se mira bien, se encontrará que lo he dicho todo, o indicado todo. Lo que no puedo expresar, lo señalo con el dedo: Verum animo satis haec uestigia parua sagaci / sunt, per quae possis cognoscere caetera tute" (Montaigne 1465). La cita latina pertenece a Lucrecio: "Pero a un espíritu sagaz le bastan estos pequeños vestigios, mediante los cuales tú mismo podrás conocer todo el resto" (402-403).

33"b| Ahora bien, las leyes mantienen su crédito no porque sean justas, sino porque son leyes. Este es el fundamento místico de su autoridad; no tienen otro […] Quien las obedezca porque son justas, no las obedece justamente por el motivo correcto" (Montaigne 1601-1602).

34"b| […] y aun nuestro derecho tiene, según dicen, ficciones legítimas sobre las que funda la verdad de su justicia" (Montaigne 799).

35"a2| Se le refrena y atenaza mediante religiones, leyes, costumbres, ciencia, preceptos, penas y recompensas mortales e inmortales; aun así, vemos que, por su volubilidad y disolución, escapa a todos esos lazos […] b| El espíritu es una espada temible para su mismo poseedor si uno no sabe armarse con ella de manera recta y juiciosa. c| Y no hay animal al que con mayor justicia haya que poner anteojeras para mantenerle la vista sujeta y fija hacia adelante, y para evitar que se extravíe a un lado u otro fuera de los carriles que el uso y las leyes le trazan. a| Por tanto, será mejor que os ciñáis al camino acostumbrado, sea el que fuere, que emprender el vuelo a esta licencia desenfrenada" (Montaigne 837)

36 En un pasaje correspondiente a la "Apología de Ramón Sibiuda", en donde parece estar dando una recomendación a quien se supone que ordenó dicha defensa –esto es, la princesa Margarita de Valois–, el ensayista señala: "a| Os aconsejo, en vuestras opiniones y razonamientos, así como en vuestra conducta, y en todo lo demás, moderación y templanza, y que rehuyáis la novedad y la extrañeza. Todas las vías extravagantes me disgustan" (Montaigne 836).

37 b| Las leyes me han ahorrado un gran trabajo; me han elegido partido y me han otorgado un amo. Cualquier otra superioridad y obligación debe ser relativa a esta, y someterse a sus límites […] La voluntad y los deseos tienen su ley en sí mismos; las acciones han de recibirla del ordenamiento público” (Montaigne1187).

38"b| No por opinión sino en verdad el Estado excelente y mejor es para cada nación aquel bajo el cual se ha mantenido. Su forma y su ventaja esencial dependen del uso. Nos disgustamos fácilmente de la situación presente. Pero considero, sin embargo, que desear el gobierno de unos pocos en un Estado popular, o en la monarquía otra especie de gobierno, es vicio y locura" (Montaigne 1426).


Bibliografía

Bayle, P. Diccionario histórico y crítico. Selección.Selección, traducción, prólogo y notas de Fernando Bahr. Buenos Aires: El Cuenco de Plata, 2010.

Bodin, J. Los seis libros de la República. Selección, traducción y estudio preliminar de Pedro Bravo Gala. Madrid: Tecnos, 1997.

Brahami, F. "Des Esquisses aux Essais, l'enjeu d'une rupture". Le scepticisme au XVIe et au XVIIe siècle. Ed. Pierre-François Moreau. Paris: Éditions Albin Michel, 2001. 121-131.

Brush, C. Montaigne and Bayle. Variations on the Theme of Skepticism. The Hague: Martinus Nijhoff, 1965.

Burke, P. Montaigne. Madrid: Alianza, 1985.

Curley, E. "Skepticism and Toleration: the Case of Montaigne". Oxford Studies in Early Modern Philosophy. Vol. 2. Oxford: Oxford University Press, 2005. 1-33.

Horkheimer, M. "Montaigne y la función del escepticismo". Historia, metafísica y escep­ticismo. Barcelona: Altaya, 1995. 139-201.

La Boétie, E. Discurso de la servidumbre voluntaria. La Plata: Terramar, 2008.

Langer, U. "Justice légale, diversité et changement des lois: de la tradition aristotélicien­ne à Montaigne". Bulletin de la Société des Amis de Montaigne 21.22 (2001): 219-226.

Le Roux, N. Les guerres de religion (1559-1629). Paris: Éditions Belin, 2009.

Maquiavelo, N. Discursos sobre la primera década de Tito Livio. Buenos Aires: Losada, 2008.

Montaigne, M. Los ensayos. Trad. y ed. Jordi Bayod Brau. Barcelona: Acantilado, 2007.

Navarro Reyes, J. La extrañeza de sí mismo. Sevilla: Fénix Editora, 2005.

Oakeshott, M. La política de la fe y la política del escepticismo. Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica, 1998.

Penelhum, T. God and Skepticism, a Study in Skepticism and Fideism. Dordrecht, Boston, Lancaster: D. Reidel Publishing Company, 1983.

Popkin, R. La historia del escepticismo desde Erasmo hasta Spinoza. Trad. Juan José Utrilla. Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica, 1983.

Schmitt, C. El concepto de lo político. Trad. Rafael Agapito. Madrid: Alianza, 2009.

Sexto Empírico. Hipotiposis Pirrónicas. Introducción, traducción y notas de Rafael Sartorio Mauluni. Madrid: Akal, 1996.

Skinner, Q.Los fundamentos del pensamiento político moderno. Vol. 2. Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica, 1993.

Taranto, D. Pirronismo ed assolutismo nella Francia del '600. Studi sul pensiero dello scetticismo da Montainge a Bayle (1580-1697). Milano: Franco Angeli, 1994.

Villey, P. Les sources et l'évolucion des Essais de Montaigne.2 vols. Paris: Libraire Hachette, 1908.

 

Referencias

Bayle, P. Diccionario histórico y crítico. Selección.Selección, traducción, prólogo y notas de Fernando Bahr. Buenos Aires: El Cuenco de Plata, 2010.

Bodin, J. Los seis libros de la República. Selección, traducción y estudio preliminar de Pedro Bravo Gala. Madrid: Tecnos, 1997.

Brahami, F. "Des Esquisses aux Essais, l'enjeu d'une rupture". Le scepticisme au XVIe et au XVIIe siècle. Ed. Pierre-François Moreau. Paris: Éditions Albin Michel, 2001. 121-131.

Brush, C. Montaigne and Bayle. Variations on the Theme of Skepticism. The Hague: Martinus Nijhoff, 1965.

Burke, P. Montaigne. Madrid: Alianza, 1985.

Curley, E. "Skepticism and Toleration: the Case of Montaigne". Oxford Studies in Early Modern Philosophy. Vol. 2. Oxford: Oxford University Press, 2005. 1-33.

Horkheimer, M. "Montaigne y la función del escepticismo". Historia, metafísica y escep¬ticismo. Barcelona: Altaya, 1995. 139-201.

La Boétie, E. Discurso de la servidumbre voluntaria. La Plata: Terramar, 2008.

Langer, U. "Justice légale, diversité et changement des lois: de la tradition aristotélicien-ne à Montaigne". Bulletin de la Société des Amis de Montaigne 21.22 (2001): 219-226.

Le Roux, N. Les guerres de religion (1559-1629). Paris: Éditions Belin, 2009.

Maquiavelo, N. Discursos sobre la primera década de Tito Livio. Buenos Aires: Losada, 2008.

Montaigne, M. Los ensayos. Trad. y ed. Jordi Bayod Brau. Barcelona: Acantilado, 2007.

Navarro Reyes, J. La extrañeza de sí mismo. Sevilla: Fénix Editora, 2005.

Oakeshott, M. La política de la fe y la política del escepticismo. Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica, 1998.

Penelhum, T. God and Skepticism, a Study in Skepticism and Fideism. Dordrecht, Boston, Lancaster: D. Reidel Publishing Company, 1983.

Popkin, R. La historia del escepticismo desde Erasmo hasta Spinoza. Trad. Juan José Utrilla. Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica, 1983.

Schmitt, C. El concepto de lo político. Trad. Rafael Agapito. Madrid: Alianza, 2009.

Sexto Empírico. Hipotiposis Pirrónicas. Introducción, traducción y notas de Rafael Sartorio Mauluni. Madrid: Akal, 1996.

Skinner, Q.Los fundamentos del pensamiento político moderno. Vol. 2. Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica, 1993.

Taranto, D. Pirronismo ed assolutismo nella Francia del '600. Studi sul pensiero dello scetticismo da Montainge a Bayle (1580-1697). Milano: Franco Angeli, 1994.

Villey, P. Les sources et l'évolucion des Essais de Montaigne.2 vols. Paris: Libraire Hachette, 1908.

Cómo citar

MODERN-LANGUAGE-ASSOCIATION

Tizziani, M. «Nada que temer de ese pensamiento: Montaigne, pirronismo y Reforma». Ideas y Valores, vol. 63, n.º 156, septiembre de 2014, pp. 207-21, doi:10.15446/ideasyvalores.v63n156.39655.

ACM

[1]
Tizziani, M. 2014. Nada que temer de ese pensamiento: Montaigne, pirronismo y Reforma. Ideas y Valores. 63, 156 (sep. 2014), 207–221. DOI:https://doi.org/10.15446/ideasyvalores.v63n156.39655.

ACS

(1)
Tizziani, M. Nada que temer de ese pensamiento: Montaigne, pirronismo y Reforma. Ideas Valores 2014, 63, 207-221.

APA

Tizziani, M. (2014). Nada que temer de ese pensamiento: Montaigne, pirronismo y Reforma. Ideas y Valores, 63(156), 207–221. https://doi.org/10.15446/ideasyvalores.v63n156.39655

ABNT

TIZZIANI, M. Nada que temer de ese pensamiento: Montaigne, pirronismo y Reforma. Ideas y Valores, [S. l.], v. 63, n. 156, p. 207–221, 2014. DOI: 10.15446/ideasyvalores.v63n156.39655. Disponível em: https://revistas.unal.edu.co/index.php/idval/article/view/39655. Acesso em: 29 mar. 2024.

Chicago

Tizziani, Manuel. 2014. «Nada que temer de ese pensamiento: Montaigne, pirronismo y Reforma». Ideas Y Valores 63 (156):207-21. https://doi.org/10.15446/ideasyvalores.v63n156.39655.

Harvard

Tizziani, M. (2014) «Nada que temer de ese pensamiento: Montaigne, pirronismo y Reforma», Ideas y Valores, 63(156), pp. 207–221. doi: 10.15446/ideasyvalores.v63n156.39655.

IEEE

[1]
M. Tizziani, «Nada que temer de ese pensamiento: Montaigne, pirronismo y Reforma», Ideas Valores, vol. 63, n.º 156, pp. 207–221, sep. 2014.

Turabian

Tizziani, Manuel. «Nada que temer de ese pensamiento: Montaigne, pirronismo y Reforma». Ideas y Valores 63, no. 156 (septiembre 1, 2014): 207–221. Accedido marzo 29, 2024. https://revistas.unal.edu.co/index.php/idval/article/view/39655.

Vancouver

1.
Tizziani M. Nada que temer de ese pensamiento: Montaigne, pirronismo y Reforma. Ideas Valores [Internet]. 1 de septiembre de 2014 [citado 29 de marzo de 2024];63(156):207-21. Disponible en: https://revistas.unal.edu.co/index.php/idval/article/view/39655

Descargar cita

CrossRef Cited-by

CrossRef citations2

1. Leonel Toledo Marín, Carmen Silva. (2020). Francis Bacon y las terapias renacentistas del alma. Revista de filosofía DIÁNOIA, 65(85), p.73. https://doi.org/10.22201/iifs.18704913e.2020.85.1735.

2. Beltrán Jiménez Villar. (2022). ¿Cómo leer a Montaigne?. Pensamiento. Revista de Investigación e Información Filosófica, 78(300), p.1589. https://doi.org/10.14422/pen.v78.i300.y2022.019.

Dimensions

PlumX

Visitas a la página del resumen del artículo

781

Descargas

Los datos de descargas todavía no están disponibles.