Publicado

2017-01-01

Las polémicas inaugurales de la transición a la democracia: los casos argentino y paraguayo

DOI:

https://doi.org/10.15446/lthc.v19n1.60800

Palabras clave:

Polémica, exilio, ética, autoritarismo, compromiso (es)

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Autores/as

  • Carla Daniela Benisz Universidad Autónoma de Entre Ríos — Conicet

Tras la caída de las dictaduras del Cono Sur, el cambio político generó también cambios de paradigmas estéticos y éticos en el campo intelectual, que se expresaron en polémicas en distintos países de la región. Los casos, por lo general, han sido estudiados individualmente para cada país, pero las similitudes justifican un abordaje en conjunto. Este artículo presenta, como primera instancia, un estudio comparado de los casos argentino y paraguayo, con especial énfasis en este último, puesto que ha sido menos trabajado por la crítica literaria latinoamericana. De estos casos, a su vez, se enfoca en dos cruces polémicos concretos: por un lado, una famosa polémica entre Julio Cortázar y Liliana Heker y, por otro, las polémicas de Augusto Roa Bastos con Carlos Villagra Marsal y Guido Rodríguez-Alcalá.

https://doi.org/10.15446/lthc.vl9n1.60800

Las polémicas inaugurales de la transición a la democracia: los casos argentino y paraguayo

The Inaugural Controversies of the Transition to Democracy: the Argentinian and Paraguayan cases

As polêmicas iniciais da transição à democracia: os casos argentino e paraguaio

Carla Daniela Benisz
Universidad Autónoma de Entre Ríos - Conicet, Paraná, Argentina
carlabenisz@conicet.gov.ar

Cómo citar este artículo (MLA): Benisz, Carla Daniela. "Las polémicas inaugurales de la transición a la democracia: los casos argentino y paraguayo". Literatura: teoría, historia, crítica 19.1 (2017): 161-195.

Artículo de reflexión. Recibido: 14/05/16; aceptado: 22/07/16.


Tras la caída de las dictaduras del Cono Sur, el cambio político generó también cambios de paradigmas estéticos y éticos en el campo intelectual, que se expresaron en polémicas en distintos países de la región. Los casos, por lo general, han sido estudiados individualmente para cada país, pero las similitudes justifican un abordaje en conjunto. Este artículo presenta, como primera instancia, un estudio comparado de los casos argentino y paraguayo, con especial énfasis en este último, puesto que ha sido menos trabajado por la crítica literaria latinoamericana. De estos casos, a su vez, se enfoca en dos cruces polémicos concretos: por un lado, una famosa polémica entre Julio Cortázar y Liliana Heker y, por otro, las polémicas de Augusto Roa Bastos con Carlos Villagra Marsal y Guido Rodríguez-Alcalá.

Palabras clave: Polémica; exilio; ética; autoritarismo; compromiso.


After the fall of the dictatorships of the Southern Cone, the political change also generated changes in the aesthetic and ethical paradigms within the intellectual field which were expressed in controversies in the different countries of the region. The cases have generally been studied individually for each country but the similarities justify a joint approach. This article presents, as a first instance, a comparative study of the Argentinian and Paraguayan cases, with special emphasis on the latter, as it has been less treated by Latin American literary criticism. The article then focuses on two concrete controversial exchanges: on the one hand, a famous controversy between Julio Cortázar and Liliana Heker and, on the other, the controversies between Augusto Roa Bastos with Carlos Villagra Marsal and Guido Rodríguez-Alcalá.

Keywords: Controversy; exile; ethics; authoritarianism; commitment.


Depois da queda das ditaduras do Cone Sul, a mudança política gerou também mudanças de paradigmas estéticos e éticos no campo intelectual, que se expressaram em polêmicas em diferentes países da região. Os casos, em geral, têm sido estudados individualmente para cada país, mas as similaridades justificam uma abordagem em conjunto. Este artigo apresenta, em primeiro lugar, um estudo comparado dos casos argentino e paraguaio, com ênfase especial nesse último, posto que tem sido menos trabalhado pela crítica literária latino-americana. Desses casos, por sua vez, centra-se em dois pontos polêmicos concretos: por um lado, uma famosa polêmica entre Julio Cortázar e Liliana Heker e, por outro, as polêmicas de Augusto Roa Bastos com Carlos Villagra Marsal e Guido Rodríguez-Alcalá.

Palavras-chave: Polêmica; exílio; ética; autoritarismo; compromisso.


La literatura latinoamericana, que había logrado, para los más entusiastas, una cumbre con el boom, debió enfrentarse casi inmediatamente después de este a un nuevo problema de definición de sus propios límites: el exilio reciente. El exilio fue producto de una etapa histórica definida en torno a las últimas dictaduras militares y el terrorismo de Estado, coordinado regionalmente a través de redes de represión como el Operativo Cóndor y ocurrido al calor de la Doctrina de Seguridad Nacional. Se trata, en definitiva, de una coyuntura que dejó profundas marcas en la cultura y el campo intelectual. En el plano estrictamente literario, algunos críticos (como Juan Manuel Marcos y María Bermúdez Martínez) encuentran en estas coordenadas una fuerte bisagra y postulan una generación posboom que habría bebido el caldo amargo de la derrota, mientras el boom se había desarrollado en la etapa del florecimiento de las ideas de cambio social en medio de, fundamentalmente, la Revolución cubana. Tras esa fuerte ebullición política y cultural, el peso de la derrota fragmentó la experiencia recogida, los logros obtenidos y uno de los procesos más ricos de la literatura latinoamericana. Los escritores del posboom pierden ese hálito de renovación que cubrió algunas de las obras más emblemáticas del periodo anterior:

Todos estos autores entran sin dificultad dentro de esa "generación de la derrota" de la que habla Daniel Moyano, escritores que ante una realidad rota, no dudan en hacerse eco de ella, denunciándola. Como decía, la urgencia histórica reclama del escritor la conjunción de ética y estética, si bien, gran parte de ellos lo harán con alta dosis de ironía, utilizando el humor como elemento de choque y sin dejar nunca que su mirada se reduzca a una imagen parcial o concreta del panorama argentino, sino ampliando su visión para dar cuenta de un panorama universal de descentramiento y crisis de los valores humanos. Se convierten entonces, como ha apuntado Virginia Gil Amate, en "habitantes del pozo", un "pozo" que ya no es patrimonio exclusivo de Onetti, ni de Sábato, sino que también pertenece, por derecho propio, a Juan José Hernández, Antonio di Benedetto, Daniel Moyano, Juan José Saer... (Bermúdez Martínez 58-59)

Habría que destacar que la "conjunción de ética y estética" recibió múltiples y disímiles resoluciones de acuerdo al caso, pero constituyó un problema del que los escritores no podían sustraerse ya que la "urgencia histórica" efectivamente les imponía una toma de posición -el término es de Bourdieu- respecto del contexto.

La noción de compromiso, que hasta los años setenta mantuvo su peso específico en el campo intelectual, contribuía a que el apoliticismo o la indiferencia fueran juzgados negativamente. Escapistas o liberales, comprometidos o críticos, los escritores se vieron envueltos en cuestionamientos éticos dentro del mismo campo. Pero es en el proceso de democratización, cuyos albores supuran en los últimos años de las dictaduras, cuando estos cuestionamientos se dieron con mayor vigor bajo la forma de polémicas, en las que empiezan a juzgarse las posiciones asumidas ante la derrota. Contribuyó a ello el hecho de que la censura se haya relajado y de que haya aumentado la circulación de publicaciones. Pero, en un plano general, se activa un proceso de reconfiguración del campo intelectual en el que se pueden observar: la democratización de las instituciones de la cultura en consonancia con la democratización de la sociedad, reacomodamientos en las universidades, reelaboraciones de sus planes de estudio y nuevos posicionamientos en la serie literaria y en la conformación del canon. En términos de Bourdieu, se ve alterado ese "sistema de líneas de fuerza", las relaciones entre "agentes" y "sistemas de agentes", que constituye el campo (Bourdieu 9-10). A nivel del subcontinente, el grueso de este proceso abarca la década del ochenta, con repercusiones en los años noventa, de acuerdo, en cada caso, con la solidez del campo y con la influencia que tuvo en él el proceso de transición hacia la democracia.

En este contexto, el fenómeno del exilio tuvo distintas valencias. Por un lado, fue -sin duda- un fenómeno social y político que implicó preguntas acerca de cómo leer la literatura que se estaba produciendo y publicando en diferentes puntos del exilio latinoamericano. Esto, en sus planteos más extremos, involucra una pregunta mayor conectada con cuestiones fundamentales: qué conforma la literatura latinoamericana. A esta pregunta apuntan las reflexiones de Ana Pizarro, realizadas justamente en el contexto de la posdictadura:

¿Es literatura latinoamericana por ejemplo la literatura de los jesuitas que en 1767 son expulsados del continente y que comienzan a constituir en Europa una especie de conciencia de América en el exterior? [ ...] El caso de la literatura de los jesuitas, que constituyen el gran exilio de fines del siglo XVIII, es el antecedente de la literatura del exilio masivo reciente, de los años setenta de nuestro siglo, que todavía está en proceso y decantamiento. Pero plantea problemas similares. En efecto ¿es la literatura latinoamericana la de los exiliados recientes que comienzan a publicar en Europa y los Estados Unidos fundamentalmente, textos en rumano, finlandés, francés? (Introducción 14)

Por otro lado, el exilio también funcionó como tópico en los discursos que dan cuenta de la reconfiguración del campo. En las polémicas, donde, por ejemplo, se tensiona el canon y se ponen en duda algunas legitimidades o consagraciones ganadas en el periodo anterior, el tópico del exilio divide posiciones. Estas tienen que ver con la imagen que se construya del exiliado: muchos enuncian desde ese lugar ambiguo, pero lo construyen como punto de vista casi privilegiado; otros cuestionan la legitimidad del exilio o consideran un abanico de diferentes tipos de exilio, no todos justificables, no todos dorados. Un ejemplo crucial de la fuerza de este tópico es la crítica que realiza Ángel Rama a la novela de José Donoso, El jardín de al lado, en la que Rama destaca el "ajuste de cuentas con el exilio latinoamericano", el cual ha forjado un "terrorismo" del exilio

que va constituyéndose en espectáculo tan penoso como aquel de los republicanos españoles que rumiaban su ira y su impotencia por México, Caracas o Buenos Aires, reconstruyendo obsesivamente un pasado heroico que poco tenía que ver con la realidad interior de la patria ni con la circundante de sus patrias de adopción. Esta irrealidad, a que se ve condenado el exiliado, deriva de su específica condición y no es un capricho de su albedrío. (Rama 175)

Más allá del juicio lapidario sobre este "terrorismo del exilio", descrito justamente por un exiliado, el quiebre que significó la instalación de los regímenes dictatoriales ha producido una fuerte bifurcación entre los exiliados y los que permanecieron en el país. La distancia y la violencia con que fue impuesta pudieron haber forjado dos formas distintas de percibir el proceso histórico de la dictadura, primero, y de la transición, después. A partir de aquí podría entenderse la división que se produce entre los escritores exiliados y buena parte del campo, cuando aquellos pretenden reinsertarse en medio de un fuerte proceso de cambio y reconstrucción.

Para tratar de dar cuerpo a estas impresiones, tomaré dos casos concretos que, al mismo tiempo, permiten una caracterización particular de cada campo analizado y la posibilidad de articular hipótesis más generales acerca un proceso histórico que involucró a gran parte del subcontinente. Tanto en Argentina como en Paraguay, la reconfiguración del campo intelectual en la posdictadura vehiculizó a través de polémicas algunos de los problemas que entonces debió resolver. En ambos casos se encuentra, entre los tópicos que se discutían, el del exilio, abordado desde sus implicancias éticas o políticas, antes que estrictamente literarias. A partir de él, cada perspectiva construye o delimita determinada imagen del escritor exiliado.

El exilio poético

El tema del exilio, sus implicancias éticas y la revisión de las funciones del intelectual fueron recurrentes en las polémicas durante el alfonsinismo, incluso en medios de tirada masiva (Diego, Campo intelectual 151; Patiño); no obstante, la que quizás sea la polémica más paradigmática aconteció en 1980 entre Liliana Heker y Julio Cortázar. Consta de una serie de textos que se publicaron en la revista El ornitorrinco aún durante la dictadura, lo cual se evidencia en algunos sentidos esquivos y sinuosos de los textos, pero que adelantan varios de los intercambios que se producen luego tras el retorno de la democracia.

La polémica comienza con un artículo de Liliana Heker publicado en El ornitorrinco 7, en 1980, en el que responde a otro artículo, de Julio Cortázar, que había sido publicado en la revista colombiana Eco en 1978. Son varias las afirmaciones de Cortázar que Heker retruca en su respuesta. En primer lugar, desarma la figura de exiliado que Cortázar asume. Para ello, aprovecha las contradicciones políticas de la trayectoria intelectual de Cortázar: su exilio, en principio, fue un "exilio poético", elegido voluntariamente y que lo sustrajo de intervenir en la realidad de su país, por lo cual su visión está necesariamente distorsionada por la distancia. De hecho, uno de los ejes de la discusión gira en torno a la posibilidad de interpretar la realidad nacional ya sea desde el exilio o desde el "exilio interior". Para Heker, tanto en este primer artículo como en el siguiente (publicado en El ornitorrinco 10), es la intervención en la realidad nacional la que abre el camino hacia el cambio de esa realidad y la que, en consecuencia, vehiculiza la praxis intelectual:

¿Qué sentido tiene, para un escritor nacional, testimoniar su verdad si no va a ser leída por aquellos, fundamentalmente sus compatriotas, para quienes esa verdad está destinada? La escritura como acto político necesita el receptor adecuado, no es un grito en el vacío ni tiene un valor absoluto: su valor es circunstancial, y, por lo tanto, debe estar inmersa en la circunstancia sobre la que pretende actuar. ("Exilio y literatura")

Esto desmiente la existencia de un inerte exilio interior, en el que el escritor vive en su país pero exiliado de la palabra. Por el contrario, caracteriza la labor del escritor nacional desde el espacio de la resistencia; quedarse en el país es la forma de resistir: "No aceptamos, de París, la moda de nuestra muerte. Es la vida, nuestra vida, y el deber de vivirla en libertad lo que nos toca defender. Por eso nos quedamos acá, y por eso escribimos" ("Exilio y literatura"). En el mismo sentido, sentencia al final de la segunda respuesta: "Muchos estamos para la resistencia. Otros ya vendrán para los festejos" ("Respuesta").

Por el contrario, Cortázar levanta el punto de vista foráneo, que ha huido de la censura y del control dictatorial, como el más habilitado para la interpretación de la realidad en su conjunto. La censura es en este sentido el factor que más fuertemente condiciona el trabajo intelectual, puesto que marca los límites de la palabra, de lo decible. Los escritores del exilio interior, que conviven con la dictadura y la censura, tienen limitada sustancialmente la materia prima de su trabajo; la denuncia, la enunciación de la realidad, "lo que se piensa verdaderamente" es posible solo en el exilio y Cortázar lo afirma sin reparos: "aquellos que un día decidan decir lo que verdaderamente piensan tendrán que reunirse con nosotros fuera de la patria" ("Carta"). La importancia que la argumentación de Cortázar le da a la censura (algo que Heker destaca en clave de confrontación) discrimina el rol de denuncia solo para los intelectuales exiliados y, en consecuencia, legitima la elección de Cortázar por el exilio en tanto que es la única posibilidad de libertad para la palabra.

Así planteado, este intercambio entre Heker y Cortázar también puede generar cierto esquematismo, puesto que divide claramente las líneas en tensión: escritor exiliado-escritora no exiliada, escritor consagrado internacionalmente-escritora del circuito local. Sin embargo, la definición que hace Heker de la figura del exiliado se sustrae, por momentos, de su interlocutor inmediato para referirse a la comunidad de exiliados en general. Es en este punto en el que el planteo de Heker puede aportar claves para una caracterización más amplia de las discusiones del campo intelectual del periodo. No resulta extraño entonces que sea justamente este aspecto el que provocó algunas de las respuestas más airadas. Heker, como estrategia argumentativa, relativiza el peso del exilio (el político, no el poético cortazariano) entre los escritores:

Si fuera válido el equivalente exiliado-expulsado que él mismo propone, solo una mínima parte de los escritores argentinos en el extranjero entraría dentro de esta categoría. Un enfoque menos desgarrador pero más realista nos permite ver que el éxodo de muchos escritores argentinos obedece a razones diversas. Entre otras: 1) dificultades económicas y laborales (que, naturalmente, no afectan solo a los escritores), 2) un problema editorial grave, que obstaculiza las tareas específicas del escritor, 3) una cuestión de aguda sensibilidad poética: sentir que él no puede soportar lo que sí soporta el pueblo argentino, 4) la búsqueda de una mayor repercusión o de una vida más agradable que esta, 5) la búsqueda de un ámbito de mayor libertad. ("Exilio y literatura")

En su segundo artículo, Heker sostiene que son "poquísimos" los "escritores que, profundamente ligados siempre a la realidad nacional, han debido irse por razones políticas concretas" ("Respuesta"), mientras que, en la mayoría de los casos, se trata de cierto egoísmo unamuniano, dice Heker, que responde a una búsqueda artística individual. Es por eso que el exilio obedece a razones más bien subjetivas: el no soportar, por una especie de acentuada sensibilidad típica del artista, la situación social y política; la búsqueda de mayor comodidad, de libertad y de mercados editoriales. Esta caracterización del exilio, que no contempla entre sus causas la represión de la dictadura, provocó fuertes respuestas como la de Osvaldo Bayer, quien le retrucó duramente: "Basta leer la clasificación en cinco categorías que Liliana Heker hace de los exiliados y no difiere en nada, absolutamente en nada, de la diaria propaganda que la Secretaría de Prensa y Difusión lanzaba en cadena a todo el país en radios y televisión" (citado en Diego, Campo intelectual 149-150). Cortázar, por su parte, invierte la lógica de la argumentación de Heker para acentuar su propia posición: el hecho de que ella no hable directamente de la dictadura es un ejemplo más de los límites que impone la censura, por lo que, en su argumentación, Cortázar alude recurrentemente a lo que Heker no puede decir: "En vez de denunciar la causa central de ese exilio (ya sé que no podés hacerlo, pero entonces no habría que tocar el tema públicamente y con fines polémicos) acumulás otras razones que yo parezco ignorar". En este sentido, para Cortázar, la desestimación del exilio político entre los escritores no es una posición tomada por Heker de forma autónoma, sino que muestra, en el discurso de la escritora, las marcas del exilio interior.

Si para Cortázar la censura divorciaba a los escritores de la palabra, en cambio, en los artículos de Heker hay una marcada intención por discriminar el exilio supuestamente dorado del escritor, de las circunstancias que atravesaba el resto del pueblo argentino, y es este divorcio el que distorsiona la lucidez intelectual. Paralelamente, si Cortázar considera que el exilio interior va de la mano con un exilio cultural, para Heker, por su parte, ese exilio puede ser contrarrestado por el compromiso ético en la resistencia:

Aun bajo estas condiciones, Latinoamérica viene dando una literatura realmente grande, capaz de encontrar un estímulo y un sentido para el acto creador justamente en la hostilidad del medio. Y este trabajo continuo por hacer prevalecer la propia concepción del mundo hace que un intelectual o un artista se sienta culturalmente integrado a su país; de ninguna manera un exiliado cultural. ("Respuesta")

Esta vinculación con el medio da sentido al trabajo intelectual y, si las circunstancias históricas son las de la expulsión y la represión, es sobre esa circunstancia sobre la que el intelectual debe actuar. Las palabras son de Heker pero resuenan en ellas cierto trasfondo sartreano y, aunque no mencione concretamente la noción de compromiso, es evidente que subyace aquí el planteo ético que interpela al intelectual a comprometerse con la realidad. Claro que, para Heker, realidad es realidad nacional. Desde esta perspectiva impugna las contradicciones de Cortázar:

Las cuestiones que usted considera "colaterales" -y que constituyen el tema central de mi discusión- son las que atañen a la actitud que, a través de la historia, han venido asumiendo en todos los países los escritores con conciencia nacional: entender que la literatura y el pensamiento cumplen un rol dentro de un proceso muy vasto y complejo, en el que participa todo el pueblo, y que es a los intelectuales a quienes corresponde definir el signo y la gravitación de ese rol y resistir y oponerse a una "cultura" impuesta por el orden dominante.

¿Estas cuestiones le parecen colaterales? Pero tal vez eso no tendría que sorprendernos. En 1951 a usted le desagradó la realidad del peronismo; no intentó entender esa realidad ni modificarla: simplemente se fue a París. Nadie lo echó, no huyó por motivos políticos: se fue. Queda muy claro, y usted lo admite, que no era un exiliado, y también queda muy claro que no consideraba la cuestión nacional como asunto suyo. En treinta años, usted sin duda ha modificado su concepción general del mundo: viajó a Cuba, dice haber optado por el socialismo, adhirió a los movimientos de liberación. Pero nunca volvió a la Argentina. Por último, ya hace años, eligió nacionalizarse francés. La historia de lo que usted enfáticamente llama "mi pueblo" seguía sin parecerle asunto suyo. ("Respuesta")

El planteo ético de Heker legitima el trabajo intelectual si este se vincula con la realidad nacional. Ello explica, sobre todo en su segundo artículo, la presencia de conceptos como cuestión nacional, conciencia nacional, además del de realidad nacional:

"Todo el pueblo" siempre ha estado privado de sus mejores artistas y escritores. Y no solo por la censura. Esa es una de las razones por las que ciertos escritores decidimos quedarnos: porque es este país nuestro el que queremos cambiar. Esta realidad -un pueblo real que no tiene acceso a la cultura, gente que a veces no tiene para comer, desocupados, desaparecidos por los que nadie responde, hombres a los que echan del trabajo por plegarse a un paro-, todo esto es la realidad nacional. ¿Se puede, a la vez, elegir afrontarla y elegir vivir en París? Quizá. Pero, ¿se debe? ("Respuesta")

Según esta formulación, el problema del exiliado parece más ético que político; se dirime en lo que se debe hacer. Al desestimar los condicionamientos netamente históricos y políticos que condujeron al exilio -la represión-, este se explica por decisiones individuales. Repetidamente, Heker analiza las circunstancias del exilio en términos de elecciones o decisiones que se definen en un espacio de reflexión solitario, al nivel de la conciencia del escritor:

¿Qué hacemos los escritores, ciertos escritores, cuando el fenómeno se revierte? ¿Enmudecemos hasta que vengan épocas mejores? ¿Cambiamos de país? ¿Agotamos nuestras palabras en lamentaciones por nosotros mismos? ¿O asumimos, por fin, con los riesgos que implica, el poder modificador que, en épocas más propicias, solemos asignarle a la literatura? ("Exilio y literatura")

En este planteo, las elecciones (individuales) del escritor comprometido deberían vehiculizarse hacia una preocupación mayor (colectiva) dibujada por los difusos bordes de la cuestión nacional. La conciencia nacional, para Heker, es la praxis considerada a partir de la conducta individual pero dirigida por un paradigma ético que tiene que ver con la inmersión en la realidad nacional y su transformación: "Son los avances que va dando un escritor respecto de los límites impuestos, y no la aceptación protestona de la fatalidad, lo que modifica la historia cultural de un país y, por lo tanto, la historia" ("Exilio y literatura").

De modo que la posibilidad del compromiso exige la actuación en el suelo nacional y la activación de una conciencia nacional; por ello, el juicio de Heker recae sobre la conducta individual del escritor, siendo la cuestión nacional una especie de entidad perenne que se mantiene a través de la historia en todos los países. En abstracto, esta conciencia puede aportar significaciones bastante heterogéneas; puede vincularse a cierto esencialismo telúrico o a las nociones de dependencia e imperialismo. Es evidente que Heker apela a un campo de sentido compartido, heredado de los años sesenta y setenta, que entiende la literatura desde su rol transformador y como constructora de contrahegemonía. Esto, sumado a que pone entre paréntesis la violencia del régimen como causa de la expulsión de intelectuales, la lleva a considerar la resistencia en el país como la principal vía válida de compromiso y a desestimar las posibles formas de participación política desde el exilio. Posteriormente, la misma Liliana Heker reflexiona sobre la imposibilidad de hacer política desde afuera, cuando recuerda la polémica con Cortázar:

Otro punto que yo le cuestionaba es que postulara al exilio como una praxis, y yo creía que el exilio era una fatalidad, no una praxis revolucionaria, no algo que se pudiera planificar. Si uno se va, bueno, algo tiene que hacer con ese exilio, pero no se puede recomendar a quienes trabajaban como podían contra la dictadura, intelectuales o no, que se fueran. Cortázar veía nada más que a los escritores exiliados y no veía lo que estaba pasando acá, y juzgó en bloque: "la literatura argentina está ocurriendo en el exilio" y "en la Argentina la literatura está aniquilada". Fue un error que incluso Cortázar luego reconoció. ("Modelo")

Claro que esa imposibilidad política también puede ser discutida. Más allá de que, en la historia de las dictaduras latinoamericanas, el exilio fue varias veces un importante foco de resistencia, este caso puntual recoge testimonios de una amplia actividad política entre los exiliados a través de la creación de comités o la publicación de revistas en los destinos de exilio, por ejemplo. De nuevo, refiere Osvaldo Bayer:

Durante el exilio, me la pasé redactando artículos y hemos tenido publicaciones... me decían que ni siquiera en exilio alemán antinazi ha tenido tantas publicaciones como los argentinos en el exilio. Alguna vez habría que escribir, o hacer un resumen o un libro con todas esas publicaciones. Me sentí en el deber de que ahí estaba mi misión. El exilio argentino en ese sentido se portó muy bien: organizamos viajes de las Madres de Plaza de Mayo, organizamos congresos internacionales, hasta que pudimos volver, con todo el dolor de los queridos amigos desaparecidos. (Citado en Bilbao)

Tomar a Cortázar, cuya biografía intelectual carga con importantes contradicciones a cuestas, como modelo de exiliado habilita a Heker a realizar este tipo de críticas al "terrorismo del exilio". Pero si Cortázar veía nada más que a los escritores exiliados, en la crítica de Heker al "terrorismo" cayó todo el exilio. Por eso, la polémica contribuyó a postular la idea dicotómica de la existencia de dos bandos, los que se fueron y los que se quedaron, o ellos y nosotros, como postula Cortázar. De hecho, para Humberto Constantini, escritor exiliado pero "profundamente argentino", según Heker ("Respuesta"), fue justamente ella quien "inventó un poco esa polémica" (citado en Diego, Campo intelectual 152). Si, como Bayer, los escritores exiliados se irritaron por las cinco causas de exilio que menciona Heker y que no consideran el terrorismo de Estado, los que permanecieron en el país también reaccionaron ante la sentenciosa afirmación de Cortázar respecto de que la censura solo se evita en el extranjero.

La polémica contribuye a cristalizar los sectores y a mostrar el estado del campo de los años ochenta. No solo por la importancia que obtuvo este binarismo en muchos de los discursos de la época, sino porque también los planteos de Heker y Cortázar testimonian un pasaje referido a los esquemas de interpretación del trabajo intelectual. Ambos comparten, al menos implícitamente, un suelo común que habilita la discusión: la importancia del compromiso intelectual y su intervención en la realidad. Es sabido que la noción de compromiso tejió una fuerte impronta a partir de la década del sesenta, fundamentalmente al calor de la Revolución cubana, y constituyó un nuevo parámetro de evaluación del rol del intelectual:

Lo que en un principio y dada la evolución de la lucha se vio como un fenómeno de naturaleza puramente política, poco a poco empezó a ampliar su esfera de influencia en el continente: comenzaron las reuniones de intelectuales entrando ahora a discutir entre sí en suelo latinoamericano. (Pizarro, El sur y sus trópicos 31)

Sin embargo, en Argentina la dictadura cortó los canales colectivos a través de los cuales muchos intelectuales vehiculizaban ese compromiso, esto contribuyó -según José Luis de Diego- a que la esfera del compromiso intelectual dependiera de elecciones individuales. En consecuencia, lo que en los años sesenta o primeros años setenta se evaluaba en términos políticos pasó a depender luego de las valoraciones éticas de cada intelectual:

La anulación de los espacios públicos de debate, la expulsión de los intelectuales hacia el exilio, el silencio o la marginalidad, y la desaparición de cualquier proyecto colectivo, transformaron a las decisiones que debieron tomarse en cada caso en opciones individuales que no podían ya medirse desde un proyecto político futuro, sino más bien desde los estrechos límites con que una ética personal podía enfrentarse al avasallamiento de la dignidad. Podríamos decir que gran parte de los debates entre los que se fueron y los que se quedaron oscilan entre la ética -asociada a decisiones individuales- y la política -asociada a proyectos colectivos de futuro-; o, más bien, a cómo justificar desde la política -si era más productivo políticamente resistir desde adentro o denunciar desde afuera- opciones que habían quedado libradas a una ética -la "dignidad" de los que resistieron, el "coraje" de volver, etc.-. De modo que los efectos de las políticas de la dictadura son una de las causas del desplazamiento de la política por la ética. (Diego, Campo intelectual 171)

Los artículos de Heker en el debate son un ejemplo de esta oscilación de la época. No parecen asumirse como parte de la "generación de la derrota", puesto que apelan a una praxis concreta, la de la resistencia, y mantienen cierto tono sesentista que no se hace cargo de las autocríticas que pululan más entrados los años ochenta. Pero, por otro lado, si consideramos ese pasaje de lo político a lo ético que sostiene De Diego, se pueden interpretar las críticas de Heker al exilio como un epifenómeno de ese desplazamiento. Claro que la interpretación que vincula unilateralmente a los años sesenta y setenta con la política y los proyectos colectivos, y los años ochenta con la ética y el individualismo, puede resultar un poco esquemática. Habría que tener en cuenta que la intelectualidad de izquierda tuvo diferentes modelos de intelectual, muchos de los cuales podrían asociarse o bien al modelo del compromiso sartreano, o bien al intelectual orgánico que describió Gramsci. Ambos esquemas interpretativos plantean diferentes formas de evaluar la relación entre el intelectual y el partido o la clase con los que aquel se vincula. La filosofía sartreana, de reconocida influencia en los circuitos intelectuales latinoamericanos desde la década del cincuenta, implica una ética y una praxis del intelectual en tanto individuo,1 lo que contribuyó a "la conversión del escritor en intelectual" (Gilman 19):

El compromiso implicaba una alternativa a la afiliación partidaria concreta, mantenía su carácter universalista y permitía conservar la definición del intelectual como posición desde la que era posible articular un pensamiento crítico. Desde este lugar simbólico del intelectual como conciencia crítica muchos de los escritores del periodo fundaron su legitimidad. (Gilman 73)

La noción de intelectual orgánico, en cambio, enfatiza la relación del sujeto con su clase de pertenencia: el intelectual es quien tiene la función de organizar y dar coherencia a su clase o a su partido, por ello esta concepción lo asocia a otro rol, el de dirigente (Gramsci 9-17). De modo que hay categorías intelectuales que funcionaron como una conciencia crítica sin partido mientras que otras se vincularon con el rol de dirigente. Claro que la caída de los fuertes proyectos políticos de los años sesenta y setenta, justificados en su momento por la creencia en una posibilidad cierta de cambio social, desembocó en que los lazos intelectuales de compromiso se vieran afectados: ya sea por la pérdida de ese horizonte radical de cambio y la consecuente reclusión en una actividad puramente individual, como sostiene De Diego, o porque muchos intelectuales se volcaron a organizar proyectos políticos vinculados a la social-democracia, a la que consideraban una alternativa superadora de la violencia política que la precedió.

Teniendo en cuenta estos desplazamientos, salta el carácter de transición de la polémica. Si bien concentra muchos de los temas que entran en el ajuste de cuentas de los años ochenta y los polemistas asumen el planteo ético, no lo hacen desde la ética de la ciudadanía y la democracia, sino del compromiso; asimismo la derrota y las posibilidades de la resistencia están aún en disputa.

Hacerse el exiliado

Casi paralelamente, se produjo en Paraguay otro historial de polémicas que también tuvo como eje a un escritor exiliado ya consagrado internacionalmente: Augusto Roa Bastos. Con la diferencia de que, en este caso, lejos de protagonizar un episodio más de un fenómeno que afectó al campo intelectual, Roa se erige como el principal personaje polémico y los intercambios que conforman este historial se desarrollan en torno a él. En 1982 y luego en 1989, discute, a través de notas de opinión en diarios de tirada masiva, con Juan Bautista Rivarola Matto, primero, y con Carlos Villagra Marsal, luego. En ambas oportunidades, la discusión giró en torno al estado de la literatura paraguaya. Rivarola Matto reaccionó ante una supuesta declaración de Roa, según la cual en Paraguay "la única literatura que existe es la 'folletería'" (Roa Bastos, "Roa Bastos dice que le tergiversaron" 8). En 1989, ya caído el régimen de Stroessner, se produce otro diálogo, esta vez más virulento, con Carlos Villagra Marsal en torno a la hipótesis (que repetidamente había sostenido Roa) respecto de que la literatura paraguaya era una "literatura ausente" (Roa Bastos, Antología 99-111). En la polémica anterior, Roa se limitó a escribir una carta al director de Hoy, diario que había publicado las respuestas de Rivarola Matto, con el fin de conciliar posiciones. En cambio, en 1989, Roa recoge el guante y asume la polémica violentamente. Descalifica tanto las respuestas de Villagra y sus argumentos, como al mismo Villagra, e interpreta el repentino interés polémico de este como un gesto oportunista. Si bien, el objeto en discusión es siempre literario (al menos en la superficie), la polémica con Villagra contribuyó al quiebre del frente intelectual que se había mantenido más o menos unido como forma de enfrentar la dictadura. Los escritores paraguayos se abroquelaron en torno a alguno de los dos sectores y los "anti-Roa" (el término es de Langa Pizarro 178) aprovecharon ese quiebre para, entonces sí, abrir el campo de discusión a cuestionamientos éticos o políticos.

De todos modos, ya en la polémica entre Roa y Villagra subyacen los enfrentamientos políticos que el proceso de democratización generaba; al mismo tiempo, es este proceso el que permitió el espacio de apertura y habilitó los tópicos de la discusión. Roa asume explícitamente la polémica en relación con los enfrentamientos de la transición y se refiere concretamente a un episodio previo, un encuentro organizado por la Cámara del Libro en el que:

La exaltación de los recuentos de penurias y cicatrices individuales agotó la entera gama de la melcocha sentimentaloide y plañidera de ritual, y adquirió, sobre todo en la intervención de Villagra, tonos patéticos de autocelebración que la volvieron, al menos para mí, a duras penas soportable. [...]

¿Qué era esto sino reducir a irrisión la famosa y salvadora "misión del escritor" en una sociedad? La nuestra está invadida, sí, por "misiones" y sectas neocolonizadoras de todo pelaje, bajo el camuflaje de la religión. ¿Qué es lo que pueden y deben hacer los escritores bajo esta plaga farisaica? Mi rebeldía o renuencia a participar en esa representación bastante histriónica, me valió de golpe la reprobación -la sentí con pavor- del tyvýra Carlos por haberle "escamoteado", esta vez, su número. ("Una réplica o confesión" 27)

Por otro lado, José Vicente Peiró Barco, si bien sus interpretaciones críticas abundan en evidentes apriorismos, aporta también algunas de las posibles claves políticas del enfrentamiento:

La dureza y el ataque personal a Carlos Villagra Marsal sorprendieron a todo el mundo, incluso porque en el fondo estaban algo de acuerdo cuando ambos se referían a las circunstancias históricas que impidieron el florecimiento de la narrativa. Algunos rumores afirman que en el fondo había circunstancias de pugna por un lugar destacado en el ámbito cultural de la política, teniendo en cuenta que Villagra era liberal y Roa Bastos simpatizaba en cierta medida con una fuerza que luego sería Encuentro Nacional, la que surge de los descontentos de los partidos tradicionales paraguayos. (146) Villagra, por su parte, entiende la discusión como una afrenta personal, que lo convierte en víctima, lugar del cual pretende rescatarse con una prosa rimbombante que se mueve a través de sobresaltos, por momentos cae en el deshonor de la dignidad pisoteada y luego arremete con violencia: "me es imposible dar la callada por respuesta, en esta coyuntura; antes que la conciencia, el instinto de la propia dignidad me lo prohíbe" (15). Este énfasis en aspectos subjetivos le permite esquivar los argumentos teórico-críticos de Roa (altamente influidos por los trabajos de Ángel Rama y Antonio Candido respecto de la noción de sistema literario), sobre los que no discute, sino que resalta -y responde en el mismo sentido- las descalificaciones del orden de lo personal. Curiosamente, fue este énfasis en lo personal, y no en lo crítico, el que marcó la forma en que fue leída la polémica por gran parte del campo intelectual asunceno y por la crítica que ha trabajado el episodio. Muchos no vieron en la tesis de la literatura ausente el planteo de una problemática vinculada al bilingüismo y la escritura, sino la egotista intención de Roa de negar lo que se producía en su país para reivindicarse como el único escritor paraguayo. Peiró Barco, por ejemplo, asume esta lectura al punto de que su interpretación parece una continuación, una línea de diálogo más, de la polémica, reducida esta al acto de mala fe de un escritor consagrado:

Las relaciones personales de los narradores paraguayos con el autor de más prestigio del país se debilitaron aún más con esta polémica, y la figura de Carlos Villagra Marsal llegó a salir fortalecida por la defensa que hizo del trabajo silencioso y muchas veces sin gratificar que realizan los autores, teniendo en cuenta que Roa Bastos había negado de hecho su existencia. Sigue siendo el maestro de muchos de ellos, pero no el hombre a quien hay que imitar, lo que dificulta los cauces de difusión de la narrativa paraguaya en el exterior. [...] Silencia los nombres de los autores en el contexto internacional, posiblemente para acrecentar su propio prestigio, cuando es miembro del consejo de una de las editoriales más importantes, El Lector, que suele ser la que más novelas publica. (149)

El quiebre de relaciones entre Roa y los narradores paraguayos habilitó la entrada de otros tópicos en el corpus polémico, entre ellos, la figura de exiliado de Roa. De modo similar al caso argentino, la carga del exilio dividió aguas en el campo intelectual del Paraguay posdictadura. Francisco Pérez-Maricevich, aunque no polemiza con Roa ni forma parte de este historial, aporta la visión de un importante sector del campo: "Nosotros fuimos los que trabajamos bajo la dictadura. Sin emigrar, sin hacernos los exiliados como Roa, con la esperanza de después escribir toda nuestra experiencia pasada: pero ¡cuesta tanto retomar la voz!" (citado en Langa Pizarro 162).

Hacerse el exiliado es el tópico central de muchos de los ataques hacia Roa y uno de los principales francotiradores desde esta buhardilla es Guido Rodríguez-Alcalá quien, justamente hacia mediados de los años ochenta, publica sus primeras novelas y comienza a ganarse un espacio como narrador. Rodríguez-Alcalá, además de pertenecer a una familia tradicional para la literatura, formó parte de la revista Criterio, fundada en 1966, que compartió entonces cierto aire renovador de época con la manifestación estudiantil de 1969. Desde este lugar de renovación, muy diferente del de Villagra Marsal, que es dirigente de un partido tradicional, Rodríguez-Alcalá asume su crítica respecto de la veracidad del compromiso ético que abanderó Roa. Paralelamente a la serie de notas en las que discuten Villagra y Roa, Rodríguez-Alcalá publica algunos artículos tratando de intervenir en la polémica, pero no para participar del debate literario, sino para interpelar a Roa en tanto intelectual comprometido y hace eje -justamente- en el tema de su exilio.

En el suplemento cultural de El diario, del 4 de noviembre de 1989, Rodríguez-Alcalá publica "El chapulín exiliado", una lectura socarrona de la tesis de la literatura ausente, de acuerdo con la cual esta no demuestra más que el interés de Roa en negar a los escritores paraguayos para encumbrarse él como el salvador de la literatura (justamente la hipótesis que asume Peiró Barco). El copete de la nota adelanta:

Más veloz que una tortuga, más ponzoñoso que un alacrán, Roa Bastos ataca de nuevo. Sus "42 años de exilio" no le despojaron de su esencia netamente paraguaya, el canibalismo. Él lo practica con fruición y se regodea demoliendo, no solo a su actual contendor, sino a toda la narrativa paraguaya. Que haya o no corpus o tradición narrativa, como quiera llamársele, es tan solo una excusa, lo esencial es quedar como el único, como la víctima de un Gobierno que lo expulsó de su terruño. Pero, por ciertas pruebas que aquí se presentan, le permitió volver cuantas veces quiso, hasta que finalmente lo echó. Entretanto, muchos que aquí quedaron vivieron, sufrieron y escribieron, mal que le pese. (4)

El copete hace uso de un humor algo infantil pero es preciso respecto de los propósitos del artículo. Desestima uno de los ejes centrales de la discusión entre Villagra y Roa, justamente la existencia de un corpus para la narrativa paraguaya: para Roa, esta aún no forjó las líneas generales de una literatura nacional, mientras que para Villagra el corpus se asienta sobre las distintas tradiciones de la cultura (oral o escrita) paraguaya. Si el copete ya adelanta la renuncia a la discusión literaria, en el cuerpo de la nota Rodríguez-Alcalá va hacia su objetivo: denuncia los vínculos de Roa con un sector del Partido Colorado hacia fines de los años cuarenta y primeros años cincuenta.

Un par de años después, esgrime los mismos argumentos en su novela El rector de 1991. Allí, como en casi todas sus novelas, inserta varios personajes en clave, reconocibles por la escasa transformación de su nombre, entre los cuales se encuentra el maestro Rodas, mención paródica a Roa Bastos:

En la mesa del exministro, y tomando café con él, se encontraba un personaje muy popular: el maestro Rodas. Este había viajado al extranjero y sobrevivido como compositor de música de películas. Era la primera vez que el nombre de un compatriota se veía asociado a filmes de gran éxito en Panamá, Puerto Rico y El Paso; el hecho llenaba de orgullo a muchos, si bien la música no era de la mejor. Por eso se consideró de mal gusto que un periodista recordara el poema compuesto por el anciano maestro a favor de Storrel (contraprestación de un estipendio gubernamental); el maestro, según la especie popular, había llevado nuestra música a todo el mundo y había salido del país como exiliado. El número de exiliados creció terriblemente con la caída de Storrel; también creció el de los perseguidos por la tiranía, o el de los que se declaraban tales. (189)

Rodríguez-Alcalá va más allá del argumento de hacerse el exiliado. Tanto en el artículo como en la novela, vincula a Rodas/Roa con el poder a través de oscuros acuerdos. Lo acusa de escribir un poema, que efectivamente existió, el rimbombante "Eternamente hermanos", en honor al episodio en que Juan Domingo Perón devuelve los estandartes paraguayos de la guerra de la Triple Alianza al reciente presidente Alfredo Stroessner en 1954. Además, le atribuye la obtención de becas otorgadas por los gobiernos de Higinio Morínigo, Federico Chaves y Stroessner. El hecho de que Roa no se haya ido de Paraguay por la guerra civil de 1947 o por el stronismo,2 como la mayoría de los exiliados políticos de entonces, y de que haya estado vinculado a Epifanio Méndez Fleitas, colorado del sector democrático, referenciado con el peronismo, y posteriormente dirigente de la Asociación Nacional Republicana en el Exilio y la Resistencia (anrer), contribuye a oscurecer el origen del exilio de Roa y esto fue explotado para desautorizar su biografía oficial de escritor comprometido. A esto se le suma la ambigüedad de los primeros años de la dictadura de Stroessner. El presidente era para entonces un sujeto gris de la política paraguaya, aún no se revelaba como el dictador sangriento, sino que -por el contrario- había sido encumbrado, a través de una fachada electoral, por el sector democrático del Partido Colorado para frenar el avance del ala fascista de Natalicio González. Unos cuarenta años después de estos episodios, Rodríguez-Alcalá los reseña desdramatizando el exilio de Roa:

De haber aplicado Roa a la novela su imaginación, ya no estaríamos más sin tradición narrativa. Hablo de la imaginación demostrada en su biografía (autobiografía), donde cuenta cómo se salvó de los matones que incendiaron El País en 1946; cómo, con la nariz afuera, cual periscopio, se escondió en el tanque de agua mientras los pynandi destrozaban el hogar; cómo Natalicio, molesto con el paladín de la democracia (ARB), ordenó su captura "vivo o muerto"; Súper Roa, sin embargo, consiguió asilarse en la Embajada del Brasil y, aunque los pynandi la asaltaron dos veces para prenderlo, no consiguieron su turbio propósito... ("El chapulín exiliado" 4)

Al relativizar la condición de exiliado de Roa, Rodríguez-Alcalá apunta a un aspecto central de su figura de escritor. Para poder adscribir sus intervenciones intelectuales y literarias al medio cultural en el que se movía (fundamentalmente el porteño, pero luego también el español), Roa construyó un espacio continental latinoamericano y en él ubicó su lengua, su literatura y también su compromiso intelectual. Repetidamente postula en sus ensayos que: "Los exilios del escritor paraguayo le han enseñado a sentirse ciudadano del postergado y gran país hispanoamericano" ("Los exilios" 35); con ello, plantea la necesidad de la unión en el exilio, interior y exterior. Sin embargo, tras la caída de Stroessner, y a medida que cobra injerencia en el quehacer cotidiano del medio intelectual asunceno, también resignifica polémicamente el tópico del exilio interior. Podría decirse que Roa modifica su ideología del exilio (el término es de De Diego, "Relatos atravesados"), y, con ello, polemiza con los escritores paraguayos: los responsabiliza por contrarrestar el ostracismo con una literatura banal y mediocre, producto -justamente- del exilio interior, y apela a estas limitaciones para desautorizar la voz de sus interlocutores.

El golpe polémico sobre el tópico es dado por El fiscal, última estación de su trilogía sobre el "monoteísmo del poder". El fiscal es resultado del fuerte quiebre histórico de 1989. La novela se adentra en la contemporaneidad e inunda la trama con fuertes rastros autobiográficos; está dominada por los monólogos delirantes de su protagonista, Félix Moral, alter ego roabastiano. Pero a pesar del universo heterogéneo de tópicos sobre los que reflexiona, el eje de sus monólogos, en lo temático y formal, es la condición de exiliado. Desde este lugar (no-lugar, diría Roa) se permite ajustar cuentas con el Paraguay poststronista y su literatura cae en la volteada:

Nada sabía de lo que se estaba escribiendo actualmente en los países latinoamericanos, la mayor parte de ellos sometidos a las dictaduras, a persecuciones y represiones de toda índole. Sus culturas de la resistencia pugnando por sobrevivir, poco podían hacer por un arte y una literatura que no sirvieran más que de esparcimiento para niñas de las clases acomodadas. No tenían ninguna utilidad práctica inmediata. No existía. [...] Me llegaban algunos nombres, algunos libros. No sabía quiénes eran. No tocaba esos libros que apestaban a exilio interior, a asfixia represiva. (75-76)

Este cambio en su ideología del exilio era evidente ya en la polémica de 1989. Si antes, en 1982, había elegido no confrontar directamente con Rivarola Matto, en cambio, en el contexto de la transición, se aplicó a responder sostenidamente a Villagra. Asimismo, en el caso de Rodríguez-Alcalá, Roa elige una táctica de confrontación en la que pone en juego su peso de escritor consagrado frente a quien, evidentemente, consideraba un escritor arribista. Si bien recoge el guante, solo se dedica a ridiculizar su figura y no contesta sus argumentos. Entre ambos se establece un diálogo polémico a través de las novelas; del mismo modo que Roa se esconde bajo un personaje en clave en El rector, Rodríguez-Alcalá aparece caricaturizado en Vigilia del almirante y Contravida. Podríamos decir que Roa recicla de forma beligerante el procedimiento "Charles Andreu-Legard", la utilización de nombres en clave (no tan velados) que refieren a escritores o intelectuales contemporáneos con los que Roa estableció vínculos. A través de estos personajes, como Charles Andreu-Legard o Chasejk en Yo el Supremo que refieren a sus amigos Jean Andreu y Chase-Sardi, se genera un entre-nos en la ficción que responde a los vínculos del campo. En sus novelas de los años noventa, ese entre-nos se expande para integrar los enfrentamientos en el campo intelectual. Tal es la función de un personaje menor de Vigilia del almirante, un conspirador en la corte de los Reyes Católicos, "el intrigante protonotario Godo Rodríguez-Cabezudo, llamado el Flauta de Alcalá por su vocecilla eunuquilla": "Su inutilidad irremediable pone de resalto la utilidad de las demás especies, por ínfimas o infames que sean" (56-57). El mismo recurso utiliza en Contravida. Esta vez Guido es un mono libidinoso que, viajando en tren con su dueña, monta un espectáculo grotesco y se gana la admiración de los pasajeros, mientras un trío de torturadores de la dictadura pasa desapercibido (57). Aquí el tono polémico ya roza la diatriba.

Roa asocia la minoridad de Rodríguez-Alcalá en el campo intelectual con la animalización y con figuras del servilismo infame, de la castración o la perversión sexual.

En este episodio satírico del historial polémico, mediado por la ficción, prevalece la desautorización por la risa y el argumento ad hominem por sobre la confrontación de tesis. Si, como afirma Angenot: "Le satirique s'installe en un point extrême de divergence idéologique" (36),3 para entender los puntos extremos de divergencia ideológica, en este caso, es necesario hacer un breve rastreo por las tradiciones políticas e intelectuales que aún hoy influyen en las posiciones del campo. Insertar el historial polémico en estas líneas de pensamiento permite, además, desestimar los aspectos subjetivos, que efectivamente influyeron en las posiciones, pero que son comprendidos de forma muy parcial si no se los pone en relación dialéctica con fenómenos históricos y políticos, con los que los polemistas se relacionaron pero que los exceden. Es así como la vinculación de Roa Bastos con un sector del coloradismo, a principios de los años cincuenta, y su utilización en el periodo transicional, por parte de Guido Rodríguez-Alcalá, no pueden desgajarse del contexto del proyecto intelectual de este último. Su obra, tanto sus ensayos como sus novelas, se imponen el fin de desarticular el discurso revisionista -encumbrado a historia oficial por la retórica del régimen- y lo hacen desde construcciones e ideologemas clásicos del discurso liberal.

La caída de Stroessner, aunque en el plano de dominación no implicó cambios radicales,4 reabrió debates intelectuales resurgidos ante la necesidad de reflexionar sobre las implicancias del autoritarismo; pero en ellos encontramos líneas de interpretación más tradicionales de lo que aparentan. Durante los últimos años del régimen y apenas acontecida su caída, se publicaron varios ensayos, algunos de ellos hoy clásicos; en esta sintonía, Guido Rodríguez-Alcalá publicó su Ideología autoritaria en 1987. Podemos entender algunas de las posiciones que muestran estos ensayos en relación con las narraciones que funcionan como "matrices" en la historia de la ideas en Paraguay, según los términos en que las describe Darío Sarah (11-18). Así encontramos dos matrices fundamentales que atraviesan el siglo XX, la matriz liberal-cretinista y la nacionalista-revisionista. A estas se suman posteriormente las líneas de pensamiento provenientes de diferentes sectores de la izquierda; Sarah anuncia además un posible foco de elaboración de una nueva matriz narrativa en la obra de Bartomeu Melià.

Las tesis constitutivas de la matriz liberal le permiten a Rodríguez-Alcalá asociar en una misma línea de tradición autoritaria los gobiernos emblemáticos del siglo xix con la dictadura stronista y elevar como posible foco constitutivo de esta tradición la influencia legada por los jesuitas durante la Colonia. Se basa para ello en algunas tesis de Carlos Pastore, intelectual orgánico del breve gobierno corporativo de Estigarribia, y también de Cecilio Báez, forjador del cretinismo (articulación de la tesis civilización-barbarie en clave positivista). Para reconstruir esta genealogía autoritaria, Rodríguez-Alcalá no contradice la tradición que el mismo revisionismo oficialista construyó como sostén ideológico del Partido Colorado a través de sus intelectuales orgánicos; al contrario, enfatiza los vínculos entre las diferentes líneas que componen la tradición y genera así una imagen del nacionalismo autoritario como un bloque único: "Bajo distintos avatares, el autoritarismo centralista de origen colonial sobrevive en el Paraguay de hoy -nada más correcto que la afirmación de Morínigo y de Natalicio González de que ellos eran auténticos sucesores de Francia y López"; luego agrega esta línea: "el Estado Novo que ellos llegaron a soñar fue corregido y aumentado por políticos de una nueva generación -en especial Alfredo Stroessner, que O'Leary, correctamente, consideró avatar del mariscal López" (Ideología autoritaria 5, 112).

Se trata de un contrarevisionismo que unifica a su adversario, por esta razón, necesariamente, leerá el brote nacionalista del poema "Eternamente hermanos" de forma unilateral incluyéndolo en esa tradición autoritaria, que dominó la carga de las significaciones del nacionalismo cuando el stronismo lo adoptó como ideología oficial de Estado. Con este trasfondo, Rodríguez-Alcalá lee el nacionalismo de Roa Bastos (perteneciente, en realidad, a una etapa previa) y a partir de allí cuestiona su ética de exiliado. La efectividad del ataque es proporcional a las implicancias que tiene el exilio para el proyecto intelectual de Roa. Este proyecto, sin embargo, reconoce diferentes etapas, de acuerdo a sus vaivenes ideológicos y a sus autocríticas. En los primeros años de la década del cincuenta, época en que Roa publica El trueno entre las hojas y está vinculado al epifañismo, su postura intelectual se caracterizaba por esgrimir un nacionalismo no natalicista, que lo lleva a escribir en 1953 una carta a Epifanio: "Es absolutamente verdadero que el meridiano de la concordia y, por tanto, de la paz social paraguaya, no pasa por Moscú, ni por Pekín, ni por Londres, ni por Washington" (citado en Méndez-Faith 90). Sin embargo, estos aspectos no atraviesan sus autocríticas y no sobreviven largo tiempo en su proyecto intelectual. En sus ensayos posteriores se despega del discurso de reivindicación nacionalista y elabora marcos interpretativos en términos de dependencia (cultural y socioeconómica), de estratificación social y atendiendo a los esquemas de dominación impuestos por el capitalismo. Esta maduración política probablemente haya sido posibilitada por la convivencia con la comunidad de intelectuales comunistas exiliados. Pero, además, sus artículos de los años setenta y ochenta tienen un fuerte anclaje culturalista que manifiesta una clara deuda con los trabajos etnohistóricos de Bartomeu Melià, que ponen el énfasis en los mecanismos coloniales de dominación. Esta matriz permite desarticular la muy influyente tesis civilizatoria del liberalismo paraguayo que -históricamente- negó la realidad cultural de los sectores populares.

Rodríguez-Alcalá se reconoce en la generación renovadora de Criterio y desde ese lugar esgrime una actitud beligerante y crítica; además, aunque no asuma el discurso liberal como intelectual orgánico sí lo justifica a través de un planteo binario, habilitado -por su parte- por la reciente experiencia autoritaria. Por otra parte, en lo que concierne a fines de polemizar, el esquema le permite retroceder casi cuarenta años y plantear el debate en términos de liberalismo civilizado versus nacionalismo autoritario, ya que no podría enfrentar desde el liberalismo la lógica culturalista del Roa de los años ochenta. Si la reciente caída del régimen habilita un retroceso hacia el discurso liberal clásico, este discurso -sin embargo- quedaría inhabilitado pronto por su incapacidad para leer la nueva avanzada del régimen de dominación bajo el neoliberalismo. Stroessner configuró un discurso nacionalista para satisfacer los intereses del imperialismo en el contexto de la Guerra Fría, pero la transición democrática, también guiada por el coloradismo, marca el advenimiento de los tecnócratas modernizadores al estilo de Wasmosy.

Polémicas y exilio

Cuando Gabriel Casaccia publica Los exiliados, en 1966, novela que relata las peripecias de la supervivencia ruin de un grupo de exiliados paraguayos en Posadas, algunos de los que se sintieron referencias oblicuas de la novela sufrieron su aparición como "el efecto de una bofetada". Tal fue la expresión de Carlos Martínez Gamba en 1969, otro escritor paraguayo que compartía la diáspora con Casaccia en Misiones, pero con diferentes características de exilio. Si el de Martínez Gamba, exguerrillero del Frente Unido de Liberación Nacional (Fulna), estuvo marcado por la urgencia y el peligro inminente de la represión, en cambio, el caso de Casaccia tenía que ver con elecciones personales de estudio, trabajo y posibilidades concretas de publicación. A pesar de las diferencias, la coincidencia en Misiones de un comunista y un liberal revulsivo que dedicó su literatura a despotricar contra su misma clase, muestra la efectividad de la función expulsora de la dictadura. Esa función se asentaba sobre un discurso nacionalista que, internamente, le daba coherencia a la segregación. Por otro lado, el exilio -que al mismo tiempo que estrecha lazos quiebra otros- parece funcionar como un privilegiado generador de polémicas y disputas, incluso entre quienes se asumen como víctimas de los mismos victimarios.

La puesta en diálogo de los dos casos detallados aquí, el argentino y el paraguayo, muestra no solo la potencialidad polémica del tópico, sino -más importante aún- permite entender esos discursos dentro de un proceso histórico mayor.

Ciertamente, y esto es algo posterior pero no completamente externo a las polémicas mismas, los tratamientos que ambos casos recibieron desde la crítica y la investigación literarias son disímiles. El campo intelectual de la posdictadura argentina fue analizado como una problemática deficitaria de fenómenos históricos y políticos vinculados a un cambio de época; en cambio, en el análisis de las polémicas de Roa Bastos prevaleció el énfasis en los aspectos subjetivos y personalistas, de este modo puso en un segundo lugar el campo ideológico en que actuaban los polemistas. Así las cosas, la crítica argentina atribuye a las polémicas de los años ochenta, entre las cuales la de Heker y Cortázar es un ejemplo inaugural, explicaciones en torno al proceso histórico en el que se desarrollan: los cambios en el canon que experimenta la literatura argentina, la pertinencia de la noción de compromiso y el cambio del paradigma político que afrontan muchos intelectuales en la posdictadura. Es cierto que, en ocasiones, esta producción crítica opera cierto esquematismo respecto de los paradigmas de la intelectualidad de izquierda; a partir de este se interpreta el surgimiento de las polémicas respecto de la adecuación, más o menos tardía, más o menos realizada, de los paradigmas setentistas al contexto de democratización. Así lo explica Roxana Patiño:

La recolocación de los intelectuales y escritores respecto de una nueva cultura política democratizante será uno de los principales ejes del cambio cultural, si bien no en el mismo momento: de allí las polémicas, de allí también los tensionados desplazamientos. La reestructuración parcial o total de sus tradiciones ideológico-políticas genera consecuentemente una crisis en los paradigmas estético-culturales predominantes en el campo y una redefinición de las tradiciones culturales, de sus relaciones con la política, del lugar y de la función del intelectual y el artista. La literatura es parte de este proceso general, y tal vez uno de sus escenarios más privilegiados.

En estas interpretaciones, por lo general, expresiones del tipo "nueva cultura democratizante" implican el abandono de los postulados de la izquierda revolucionaria para adoptar los de la democracia burguesa encarnada en el alfonsinismo, mientras que los no adecuados suelen ser vistos como rémoras setentistas. Es por ello que para Patiño las revistas de la resistencia cultural durante la dictadura, como El ornitorrinco, "no consiguieron articular propuestas superadoras de esa instancia cuando se abrió el proceso democrático", lo que explica, según la autora, que haya dejado de editarse en 1987. Más allá de este reparo, es evidente que el pasaje abarcó amplios sectores del campo intelectual, entre los que probablemente sea Punto de vista su expresión hegemónica.

El caso paraguayo, por el contrario, quedó supeditado -incluso para la crítica- a la bravuconada de un viejo escritor. El peso de Roa Bastos para la literatura paraguaya, de poco espesor respecto de las otras literaturas de la región, es mucho mayor que el que Cortázar tiene para la literatura argentina, quien debió (y debe) disputarse su lugar en el canon con la gran fauna de narradores argentinos. Ambos escribieron gran parte de su obra, o casi toda, en el extranjero, pero retomaron obsesivamente su patria de procedencia, por lo cual el ajuste de cuentas con ella, su historia o su lengua se daba en los textos. Algunas operaciones lo evidencian en 62. Modelo para armar o la misma Rayuela, también en Yo el Supremo y El Fiscal que -como quedó expuesto- dialogan a la distancia con el país de origen. Ambos también sufrieron en el desgaste de su prosa tantos años de extrañamiento.

Así como el peso de Roa es más determinante, sus polémicas contribuyeron a dividir las aguas del medio cultural paraguayo de forma muy particular, al punto que -hasta el día de hoy- se le sigue endilgando a su tesis de la literatura ausente la responsabilidad del oscurantismo, bajo el que viven algunos de los escritores paraguayos, y del desconocimiento de la literatura paraguaya en general. Efectivamente, la arremetida de Roa contra Villagra y Rodríguez-Alcalá carece del tono paternalista con que Cortázar se dirige hacia Liliana Heker. El paternalismo también implica cierto nivel de violencia, y esto se evidencia en el enojo de Heker en el segundo artículo, pero Roa no podría dirigirse en ese tono hacia un escritor de su misma generación, como Villagra, aunque sí elige desconocer a Rodríguez-Alcalá o reconocerlo casi como un oponente minusválido, animalizado. De todos modos, la puesta en comparación de ambos episodios permite ver que algunos de los tópicos en cuestión tienen más que ver con el proceso histórico que con las intenciones -bien o mal dirigidas- de los polemistas.

El tópico del exilio interior es una constante en muchos de los artículos de Roa Bastos, desde la década del sesenta, para expresar la situación de censura y autocensura que condicionaba la obra de los escritores bajo el régimen. Como quedó dicho, en el contexto de la dictadura, ello implicaba la necesidad de solidaridad y de un frente común entre los escritores; pero ya en la transición, el giro polémico lo convierte en una expresión de rechazo hacia la literatura producida después de décadas de ostracismo. El exilio interior también es utilizado en referencia a la dictadura argentina en varios de los artículos de la posdictadura. En este mismo sentido entiende Cortázar a la literatura durante la última dictadura argentina y utiliza como equivalente la noción de exilio cultural. Quizás limitados por su propio punto de vista foráneo y por la experiencia dividida en dos espacios irreconciliables, los escritores del exilio descreen de la posibilidad de desarrollar una literatura bajo regímenes autoritarios. Si a esto se le suma que la dictadura paraguaya duró treinta y cinco años, las consecuencias en el plano cultural pueden ser evaluadas como de largo plazo. La clandestinidad, la violencia estatal o la censura pueden forjar formas culturales o códigos sociales específicos bajo un régimen autoritario, y, en el caso paraguayo, estos códigos se mantuvieron durante tanto tiempo que influyeron hasta en los espacios más íntimos y familiares, y generaron patrones de conductas susceptibles de convivir con la represión.

De modo que, aunque partan de una visión escindida, en la utilización del tópico del exilio interior hay una evaluación previa de la sociedad bajo dictadura y las posibilidades de la cultura en ella. Si los regímenes autoritarios necesitan, para mantener su hegemonía, de cierta aceptación por parte de algunos sectores de la sociedad, es de esperar que este consenso genere además símbolos, discursos, tópicos que hacen del autoritarismo parte del rasgo cultural de una época. En treinta y cinco años de dictadura paraguaya, según Ticio Escobar:

Este sistema contradictorio (al mismo tiempo retrógrado y desarrollista, simultáneamente nacionalista y cipayo, tanto populista como oligárquico, indigenista como etnocida) logró cuajar una firme matriz cultural cuyas figuras claves (Nación, Pueblo, Indio, Progreso, Anticomunismo) inficionaron imaginarios y conceptos no siempre oficiales y conformaron un común espacio de autoritarismo compartido por discursos diferentes. (31)

De modo similar, Patiño encuentra que la nueva cultura política de la posdictadura argentina debe desarraigar parámetros culturales y sociales largamente instalados:

El entramado social completo debe pasar por esos años por un proceso de transformación de una fuerte matriz autoritaria cuyo origen no data de la última dictadura militar, sino que se remonta, al menos, al largo periodo de inestabilidad institucional y rupturas del orden democrático inaugurado en el siglo XX por el golpe de estado de 1930. La democratización abre una instancia de cambio en la sociedad hacia una nueva cultura política que debe, al mismo tiempo, reconstruir una esfera pública obturada por años de censura y represión y luchar por la eliminación de los patrones autoritarios internalizados en los microcontextos de la vida cotidiana.

Una sociedad regida por el autoritarismo convive con una cultura autoritaria, de la que -claro está- no participan todos los miembros, pero de la que tampoco es fácil evadirse o, en caso de intentar desarrollar productos culturales alternativos, estos permanecen en espacios marginales de una cultura de la resistencia o la supervivencia. En las polémicas, los escritores del exilio relativizan las posibilidades de generar estos espacios o consideran que necesariamente el oscurantismo distorsionaría su potencia estética. Exilio interior o exilio cultural es la expresión de esta segregación.

Pero la hipótesis roabastiana de la literatura ausente implica más complejidades que no tienen que ver solo con el contexto de la dictadura o del exilio.5 Apunta a fenómenos estructurales de la cultura paraguaya, la diglosia y el bilingüismo, para -a partir de allí- intentar una explicación del estado de una literatura que mantiene un desarrollo desigual respecto de las otras literaturas de la región. Durante casi todo el siglo XX, y con antecedentes en el xix, la literatura paraguaya combinó el problema de la lengua en un país completamente bilingüe con el éxodo continuo de gran parte de su población; de ahí que el escritor haya debido resolver, en el mismo acto de su escritura, varios aspectos: la necesidad de forjar una lengua en el exilio que llegue a públicos dispares, la necesidad de que esa lengua además se haga eco de la experiencia bilingüe con la que cargan el escritor y su país de origen, y el hecho de que la condición de exilio no se da provisoriamente, sino como un fenómeno histórico recurrente.

Ahora bien, en ambos casos los interlocutores del supuesto exilio interior niegan la fatalidad de este conflicto y, en cambio, esgrimen que los exiliados no saben ver, leer, la literatura de la resistencia. Así lo hacen Villagra y Rodríguez-Alcalá; por otro lado, para Heker, de hecho, es el medio -aun siendo hostil- el que le da valor a la escritura. De modo que la distancia, en lugar de posibilitar una visión panorámica no restringida por la censura, conduce a la miopía del exiliado. Siendo posible elaborar una literatura de la resistencia, la necesidad del exilio para poder escribir no es más que un intento de construir una figura de escritor comprometido. Para discutir esta construcción, tanto Heker como Rodríguez-Alcalá desdramatizan los relatos del exilio, van a la biografía de su interlocutor y rastrean allí los intereses contradictorios con la justificación política de su proyecto intelectual. Así como a Cortázar "nadie lo echó... se fue", Roa Bastos tampoco se exilió por el stronismo, lo hizo afectado por la interna colorada, cuyas oscuras luchas intestinas perdieron importancia bajo la hegemonía stronista. Ello le permite a sus interlocutores elaborar el juicio ético que, como resultado, termina por invalidar la ética de escritor comprometido sostenida por Cortázar y por Roa Bastos y transforma ese exilio en una huida, mientras los que resistieron, que también escribieron, se quedaron. Por otro lado, si en algo parecen estar de acuerdo los participantes de estas polémicas es que la conducta y el compromiso de los que permanecieron en el país -hayan formado parte de esa cultura de la resistencia o no- no son objeto de juicio. Roa Bastos -uno de los más violentos- se burla, desestima, conjetura teorías, hasta pide disculpas y dirige varias recriminaciones a Villagra por su condición de clase, pero no hace un juicio ético sobre la biografía de sus adversarios.

Los resultados del cuestionamiento son diferentes: Heker va del caso particular de Cortázar para elaborar hipótesis sobre el exilio en general; Rodríguez-Alcalá, en cambio, mantiene su ataque fijado en Roa Bastos, lo que puede interpretarse como un caso clásico de disputa generacional: un escritor joven y del circuito local en ascenso contra otro ya consagrado internacionalmente y en aparente retirada, pero que -tras la caída de la dictadura- apela a hacer valer en el campo intelectual paraguayo su prestigio ganado. El hecho de que poco después de la polémica con Villagra y del artículo "El chapulín exiliado", de Rodríguez-Alcalá, Roa haya recibido el Premio Cervantes, interviene en la resolución -transitoria- de la polémica. Roa escribe una carta de reconciliación a Villagra y el mismo diario que había publicado "El chapulín exiliado" utiliza la caricatura del "Chapulín" para dar una imagen ya no burlesca como en la nota de Rodríguez-Alcalá, sino cómplice y familiar de un Roa Bastos vencedor bajo el título "Broche de oro para una vida dedicada a la labor literaria", junto al recuadro "Un largo transitar de escritor exiliado". Entonces se cancelan las entregas polémicas y el fin de año de 1989 estuvo dedicado a la celebración del reconocimiento de Roa Bastos, quien recibe el mayor gesto de canonización de su carrera en el momento de más duro cuestionamiento hacia su figura intelectual dentro de su país. Desde ya que el reconocimiento del poder cultural es independiente y, a veces, hasta suele ser considerado como algo contradictorio con respecto a la postulación del compromiso del escritor basado en el modelo sartreano. Además, en un campo intelectual con alto nivel de autonomía y profesionalización (como el francés que es el modelo con el que Bourdieu elabora su teoría), los premios internacionales -en tanto factor de consagración- actúan mediados por los mecanismos internos a y desarrollados por el mismo campo. Pero en un campo intelectual como el paraguayo, con una autonomía tan relativa, las armas de legitimación están supeditadas siempre a otras esferas políticas o sociales o a esferas externas de consagración metropolitanas. La misma interpretación que recibieron las disputas, reducidas a caprichos personales, y el hecho de que la crítica no elabore herramientas de análisis que superen las determinaciones psicológicas, hablan de la dependencia del campo respecto de instituciones externas y de la escasez de marcos de legitimación propios.

Otra coincidencia que asoma es que, en ambas polémicas, los escritores exiliados insisten en la inexistencia, inactividad u ostracismo de la literatura bajo las dictaduras. Quizás porque la vuelta no era aún un hecho, los exiliados ponen énfasis en el quiebre y en la derrota. Por el contrario, son Heker y Rodríguez-Alcalá quienes leen el conflicto desde marcos explicativos previos. Es decir, si Heker interpela a Cortázar desde una lógica nacionalista del compromiso intelectual, Rodríguez-Alcalá, por su parte, retrocede al binarismo civilización-barbarie constitutivo del liberalismo paraguayo. Desde ahí intentan reconstruir un relato en el que insertan explicaciones posibles de la dictadura como continuación de una línea histórica, del exilio como fenómeno individual, o de la resistencia en el país como única forma de compromiso.


Pie de página

1 En El existencialismo es un humanismo, Sartre explica: "Los tipos de compromiso son diferentes según las épocas. En una época en que comprometerse era hacer revolución, había que escribir el Manifiesto. En una época como la nuestra, en que hay varios partidos que se proclaman todos revolucionarios, el compromiso no es entrar en uno de ellos, sino tratar de clarificar los conceptos, para precisar a la vez la posición y tratar de influir sobre los diferentes partidos revolucionarios". (71-72). Si la redacción del Manifiesto comunista marca la bivalencia de la praxis intelectual de Marx (filosófica y política), Sartre entiende su propia praxis en un espacio político que hace política, pero desde el lugar de la reflexión y la ética individuales sustraído de la vinculación orgánica con el partido.
2 Roa Bastos se fue de Paraguay antes de dicha guerra civil y, obviamente, antes de la llegada de Stroessner al poder. Es expulsado oficialmente en 1982, momento en que le quitan el pasaporte, cuando había viajado a nacionalizar a su último hijo.
3 Considero que podría ser útil entender la sátira aquí como uno de los flancos en que, para Angenot, se desarrolla la palabra panfletaria; la sátira se ubicaría en uno de sus extremos, mientras que, en el otro, estaría la polémica. De este modo, la sátira implicaría una eliminación, por exacerbación de la agresividad, de las posibilidades de negociación de la polémica.
4 El Partido Colorado continuó en el poder hasta 2008 (y lo recuperó en las últimas elecciones), razón por la cual, en palabras de José Carlos Rodríguez: "Lo que ha caracterizado la transición democrática en Paraguay es una mutación de las formas políticas, pero sin mutación de los actores políticos ni de las condiciones económicas, sociales y culturales del país" (29).
5 Véase Benisz.


Obras citadas

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Sobre la autora

Carla Daniela Benisz es profesora y licenciada en Letras por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Se encuentra realizando el doctorado en Humanidades y Artes, con mención en Literatura, de la Universidad Nacional de Rosario, bajo la dirección de Elvira Narvaja de Arnoux y con una beca doctoral de Conicet. Es miembro del Grupo de Estudios Sociales sobre Paraguay (UBA) y forma parte del equipo editorial de la revista Paraguay desde las Ciencias Sociales y del Centro de Estudios sobre América Latina Contemporánea (UNR). Actualmente investiga sobre literatura paraguaya contemporánea, ha publicado artículos en revistas y congresos especializados sobre su tema de investigación y sobre literatura latinoamericana en general. Además, es docente del Profesorado en Lengua y Literatura de la Universidad Autónoma de Entre Ríos.

Referencias

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Benisz, C. D. (2017). Las polémicas inaugurales de la transición a la democracia: los casos argentino y paraguayo. Literatura: teoría, historia, crítica, 19(1), 161–195. https://doi.org/10.15446/lthc.v19n1.60800

ACM

[1]
Benisz, C.D. 2017. Las polémicas inaugurales de la transición a la democracia: los casos argentino y paraguayo. Literatura: teoría, historia, crítica. 19, 1 (ene. 2017), 161–195. DOI:https://doi.org/10.15446/lthc.v19n1.60800.

ACS

(1)
Benisz, C. D. Las polémicas inaugurales de la transición a la democracia: los casos argentino y paraguayo. Lit. Teor. Hist. Crít. 2017, 19, 161-195.

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BENISZ, C. D. Las polémicas inaugurales de la transición a la democracia: los casos argentino y paraguayo. Literatura: teoría, historia, crítica, [S. l.], v. 19, n. 1, p. 161–195, 2017. DOI: 10.15446/lthc.v19n1.60800. Disponível em: https://revistas.unal.edu.co/index.php/lthc/article/view/60800. Acesso em: 28 mar. 2024.

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Benisz, Carla Daniela. 2017. «Las polémicas inaugurales de la transición a la democracia: los casos argentino y paraguayo». Literatura: Teoría, Historia, crítica 19 (1):161-95. https://doi.org/10.15446/lthc.v19n1.60800.

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Benisz, C. D. (2017) «Las polémicas inaugurales de la transición a la democracia: los casos argentino y paraguayo», Literatura: teoría, historia, crítica, 19(1), pp. 161–195. doi: 10.15446/lthc.v19n1.60800.

IEEE

[1]
C. D. Benisz, «Las polémicas inaugurales de la transición a la democracia: los casos argentino y paraguayo», Lit. Teor. Hist. Crít., vol. 19, n.º 1, pp. 161–195, ene. 2017.

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Benisz, C. D. «Las polémicas inaugurales de la transición a la democracia: los casos argentino y paraguayo». Literatura: teoría, historia, crítica, vol. 19, n.º 1, enero de 2017, pp. 161-95, doi:10.15446/lthc.v19n1.60800.

Turabian

Benisz, Carla Daniela. «Las polémicas inaugurales de la transición a la democracia: los casos argentino y paraguayo». Literatura: teoría, historia, crítica 19, no. 1 (enero 1, 2017): 161–195. Accedido marzo 28, 2024. https://revistas.unal.edu.co/index.php/lthc/article/view/60800.

Vancouver

1.
Benisz CD. Las polémicas inaugurales de la transición a la democracia: los casos argentino y paraguayo. Lit. Teor. Hist. Crít. [Internet]. 1 de enero de 2017 [citado 28 de marzo de 2024];19(1):161-95. Disponible en: https://revistas.unal.edu.co/index.php/lthc/article/view/60800

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